Fidel estuviese de cumpleaños este 13 de agosto. Serían 94.

Por haber estado desde el 2006, no diría que en la retaguardia, sino en otro puesto como soldado de las ideas, parte de las nuevas generaciones no saben aquilatar en su justa medida la dimensión extraordinaria del Comandante.

Fidel fue como cualquier mortal, un hombre que siempre amó el deporte, la buena cocina, la naturaleza y sobre todo, al ser humano.

Así se lo describiría a los jóvenes que ahora les queda leer sus artículos y verlo en algunas fotografías y audiovisuales, los cuales se difunden en la prensa y los libros.

Los muchachos de ahora se perdieron los buenos momentos de Fidel, sus conversaciones interminables en las que solía enlazar con magistral precisión asuntos ten diversos, pero a la vez interesantes, útiles, impostergables.

Tampoco pudieron presenciar en vivo y en directo sus duelos contra los crímenes y las injusticias del Imperio, ni disfrutar de su obstinación a la hora de reclamar, exigir y demostrar cómo cambiar lo que podía ser cambiado.

Orador infatigable, excepcional…era Fidel y con un buen sentido del humor.

Su pensamiento era enciclopédico.

En cientos de publicaciones suyas y entrevistas concedidas a lo largo de más de cuatro décadas, se revela su vasto conocimiento sobre el medio ambiente, las artes, la geografía, la economía, el mundo, la naturaleza humana.

Fidel es reconocido como un previsor de agudísimo olfato porque se adelantó al alertar sobre males que devinieron graves problemáticas para el mundo contemporáneo, como los conflictos bélicos, el calentamiento de la tierra, la salud humana y la globalización en sus más diversas aristas.

Pero Fidel bajaba de su pedestal de líder político y se transformaba en hermano y padre del pueblo, de este pueblo al que le devolvió la dignidad y el decoro, y le concedió sus más íntimos deseos de vivir con educación, salud, cultura, paz.

En los filmes que se atesoran de su trayectoria emociona ver la pasión con que la gente le recibía en los barrios, en las calles, en las montañas.

La muchedumbre a su alrededor siempre trataba de tocar sus manos, verlo de cerca, mirar sus ojos y sentir su presencia como si de ello dependiera el brillo de sus esperanzas y la pujanza de sus fuerzas.

Siempre de verde olivo, como el combatiente que nunca duerme, así hizo Fidel esta Revolución que sobrevive a pesar de todo.

Así tuve el privilegio de conocerlo, así lo recordaré siempre y de ese mismo modo nos toca hacer que lo evoquen las nuevas generaciones, encargadas de salvaguardar las ideas de Fidel y lo proyectos sociales que bajo su guía, se materializaron.

A los jóvenes les queda su historia como una lección de vida y como un compromiso con el futuro de la Patria, con la paz, la verdad y la justicia.

Y no importa que vengan los virus más terribles, las tempestades más crueles, su presencia vive y exhorta al triunfo. Escuchemos sus alertas y la victoria estará asegurada. (LHS)

Marlene Caboverde

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