Mayabeque, Cuba: Este 11 de septiembre se cumplen 19 de años del estremecimiento de la ciudad de Nueva York y de una mayor toma de conciencia acerca del terrorismo, política de la que Cuba no ha quedado ajena debido a la mirada contemplativa de sucesivas administraciones de la Casa Blanca.
La historia dice que la política exterior de los Estados Unidos ha sido muchas veces responsable de las decisiones adoptadas por múltiples países en el mundo, claro, la defensa es válida, pero no la represalia y la brutalidad.
Después de ese día fatídico la paradoja siguió cubriendo el actuar de los líderes estadounidenses, si bien el reclamo de justicia por los cerca de 3 mil muertos y daños materiales era lógico, la amenaza generalizada contra el mundo cruzó los límites de la arrogancia habitual, sobre todo porque esa nación del norte americano es nido para la enseñanza y la practica terrorista.
El hecho fue caldo de cultivo para quienes apoyan la xenofobia, se incrementaron los incidentes de acoso y crímenes de odio contra los sudasiáticos, inmigrantes del Medio Oriente y aquellos que simplemente se parecían a ellos. Varios sijs indios fueron atacados y asesinados porque se creía erróneamente que eran musulmanes.
Pero más allá de esas verdades la destrucción del World Trade Center, un símbolo de la innovación, el poder y la cultura estadounidense– no solo dañó gravemente la economía neoyorquina, sino que además tuvo un efecto devastador en los mercados mundiales, con el cierre de Wall Street hasta el 17 de septiembre y el espacio aéreo para vuelos civiles en Estados Unidos y Canadá hasta el 13 del mismo mes. En Nueva York, los daños a la propiedad y la infraestructura se contabilizaron en unos 10 mil millones de dólares.
Entre los fallecidos están 343 bomberos y 72 policías que participaban del rescate de las víctimas, mientras los rascacielos ardían en llamas y se desplomaban.
Casi dos décadas después de que las Torres Gemelas se desplomaran ante el ataque terrorista, el mundo se debate entre las políticas de fuerzas y de chantajes practicadas por los gobernantes estadounidenses y las acciones en cientos de naciones que rechazan ese actuar del imperio, cimiento para muchas de las diferencias existentes en el planeta Tierra.
Por eso y por más, el fantasma del once de septiembre de 2 mil 1 sigue rondando a la Casa Blanca como uno de sus más grandes desmanes históricos. (adm)