Omar Suárez Núñez no se parece a otros jóvenes de su edad. Yo creo que tiene alma de viejo y que nació con un ancla bajo el brazo. Tal vez por eso, cuando empinaba papalotes y jugaba a las bolas ya soñaba con ser maestro y, además de cumplirlo, lo disfruta y honra la profesión.
Y ahí lo ves, con apenas 31 años de edad, de director de una escuela y no de una escuela cualquiera. La suya es la primaria Camilo Cienfuegos de San José de las Lajas, la institución educacional de mayor matrícula en Mayabeque. Omar tiene bajo su sombrilla a 1 170 niños y 150 trabajadores, pero a eso puedes añadir las miles de personas que conforman las familias de esos alumnos a quienes también atiende, escucha, anima….”porque no son momentos de maltratar ni de imponer, sí de ayudar y comprometer”, dicta en línea recta esa frase.
Yo lo conocí hace más de siete años mientras dirigía la escuela Pedro Soto de la comunidad de Nazareno, donde antes se había estrenado como maestro de Inglés. En aquellos momentos se ejecutaba una inversión que, además de renovar la infraestructura de la instalación, sirvió para desafiar el talento, la dedicación y el sacrificio de un muchacho que despuntaba como una gran promesa para la Educación.
Y no defraudó a nadie. Cuando le propusieron guiar a la Camilo Cienfuegos, se esperaba que pudiera tomar, sin grandes tropiezos, las riendas de ese “monstruo”. Pero él, más allá de eso, consiguió construir una comunidad dentro de la comunidad uniendo y haciendo feliz al colectivo.
Ya lleva seis años en el puesto y son incontables los reconocimientos que han ganado en concursos de conocimientos a todos los niveles, así como en competiciones deportivas, en eventos y talleres tanto de pioneros como de docentes.
Hace unos días y alentada por su buena fama, llegué hasta la escuela de Omar. Era temprano y algunas madres conversaban en la calle luego de dejar a sus niños. Me presenté y de inmediato comencé a provocarlas. Les pregunté si era cierto que el director tenía locas a las familias porque siempre estaba inventando algo nuevo para poner a correr a los niños y a los padres. Ellas se echaron a reír. Sabían que yo les tomaba el pelo, pero igual defendieron a su director, sus iniciativas y sus proyectos y lo hicieron sin dudar y con cariño, como si se tratara de un familiar o de un buen amigo.
Minutos después, me encontraba en la oficina de Omar intentando descubrir su arma secreta. Confesó que quizás tiene buen ángel, aunque lo seguro, dijo, es que trabaja mucho. Cuenta que cada mañana recorre los 43 locales de la escuela para saludar a aquellos que, pese al apagón y otras dificultades, regresan puntuales a salvar la esperanza. Está orgulloso de sus maestros, de tener su claustro completo en tiempos como estos, lo reveló explícitamente. Los méritos acumulados y la admiración ganada por la escuela es el fruto de todos, reiteró. Nada de su boca sale en primera persona, ni la actividad “Guajirito soy” que moviliza y enciende el gusto por las tradiciones y el amor a lo cubano; ni la Feria de Ciencia que inventaron para descubrir talentos y pulir habilidades; ni la Feria del mundo que estrenaron con la ilusión de cultivar la sabiduría y la paz en un planeta que llora por las bombas y la violencia….todo ello y más es la cosecha de una obra común, expresó.
Su próxima meta en los meses que restan de curso escolar es el proyecto: Me adentro en mi localidad. Ya tiene previsto un plan con visitas al museo, las tarjas y los monumentos y a todo aquello que identifica a los lajeros. “Y la Feria de Ciencia la haremos todos los años”, anunció. “Estamos recordando que hay otras maneras más atractivas de enseñar y aprender”.
Lo dice quien advierte de manera permanente que “hay que ser competitivos para construir entre todos una escuela mejor, esa escuela que deseamos para nuestros hijos.”
Omar viste elegante como si el trabajo fuera una fiesta. Podría hacerse pasar por un empresario, un modelo, un actor. Así como cuida su apariencia personal ha logrado que se embellezca y mejore la escuela. Para él, lo agradable a la vista es una carta de presentación.
Omar brilla mucho. Temo que vengan a quitarle el ancla que lleva bajo el brazo y le prometan otros trabajos, le impongan otros puestos y otros lugares. ¿Y si pasara, le pregunto? Tiene la respuesta en las ventanas de los ojos: “No concibo mi vida fuera de la escuela, fuera de esta escuela que ha sido una escuela para mí. Una cosa sí puedo decir, nunca he pensado que no puedo seguir.”
Viniendo de alguien que es adicto a los niños, a los maestros y al arte de educar, podemos confiar en que tendremos Omar para rato en Educación. (rda)