Por un lado, se pondera el liberalismo político como solución para los asuntos cotidianos de Cuba y, por otro, se nos niega la dignidad de nuestra Historia para que no busquemos allí inspiración ni enseñanzas, sino que asumamos la transposición de ideologías como non plus ultra de la construcción política nacional.
En esa fórmula, la soberanía constituye un lastre al que conviene minimizar, escamotear, hacer caso omiso en materia de discurso político.
Las personas que actúan en correspondencia con estas líneas de mensaje (supuestamente desde la ingenuidad) no califican ya como inocentes que no divisan el resultado de sus desmanes. Para ellos, la Historia no es un bien preciado e investido de la solemnidad de sus protagonistas, sino un mero instrumento, un elemento con valor de uso que se desgasta.
Así, hemos leído o escuchamos expresiones en el espíritu de: “Hay que pasar la página”; “El comandante cometió errores”; “Fidel será superado”, “el camino a la democracia estaría regido por la libertad que emana de la propiedad privada”; frases más o menos exactas que producen un impacto en la mente de quienes las reciben. Estas emanan de una construcción política que amasa potencia suficiente para desvirtuar lo que constituye nuestro baluarte más útil y vital en términos de resistencia cultural: la conciencia.
En este contexto, las referencias pedagógicas al flagelo de la colonización, con frecuencia obvian que esta comienza en pequeños espacios, invitaciones a un concilio más allá de ideologías, unidades más allá de credos y filiaciones políticas, como si la historia y sus conflictos —antagónicos incluso— estuvieran determinados solo por el pensamiento, sin acción o práctica revolucionaria.
Existen muchas maneras de subvertir. Sobre todo, se alcanza cediendo espacios a una corriente que desea inmiscuirse en las estructuras y hackearlas como un virus, para cuyo propósito instrumenta, a menudo, chantajes y victimizaciones.
Resulta muy conveniente que haya un rostro parlante que se acerque a posturas afines a los enemigos del proceso revolucionario. Ello supera el papel de periódicos como 14 y Medio, Diario de Cuba, Tremenda Nota, El toque, Periodismo de Barrio y otros, cuya línea editorial no constituye ya una punta de lanza para las metas de deconstrucción.
La agenda globalista se ahorraría canalizar millones a los mercenarios cubanos si lograra implantar un discurso rosado, suave y conciliador en el seno de sus adversarios. Y es lo que estamos viendo hoy. ¿Cuánto se ahorrarían —y nos puede costar— si en nuestros espacios se abrazara este discurso —cuyo derrotero conocemos?
Llamamos la atención sobre el blanqueamiento a personas que nos proponen pasar la página, relacionan a Fidel con el pasado y, por ejemplo, al Che con el extremismo, el fusilamiento o el quijotismo. Creemos en el valor de la ideología y sabemos el peso que tienen esos mal llamados progre.
No habrá jamás coexistencia de ideologías, cuando una de ellas es baluarte de un país agredido, que quiere ser libre, y la otra da razón a un imperio que ha hecho de todo por matarnos de hambre y provocar nuestro colapso, solo para satisfacer el interés de clase de viejos y nuevos batistianos.
Sostenemos que, a estas alturas, quien no defiende la Revolución en su accionar, no lo hace ya por ingenuo e inocente. Sabe mucho y bien lo que pretende, pues anidan en su cabeza sueños de que renazcan difuntas hojas de otoño en primavera.
Tomado de Radio Camoa