El 13 de agosto no es solo una fecha marcada en el calendario de la historia de Cuba; es un símbolo vivo, un compromiso renovado con la obra que un hombre, Fidel Castro Ruz, convirtió en realidad. Ese día de 1926, en la humilde tierra de Birán, nació quien habría de cambiar el rumbo de una nación y encender para siempre la llama de la dignidad en los pueblos de América Latina y del mundo.
Fidel no fue un líder que se limitara a interpretar su tiempo; lo transformó. Desde su juventud, comprendió que la libertad no se mendiga, se conquista con valor, sacrificio y principios. Convirtió la palabra en acción y la acción en legado. Su vida fue una escuela permanente de resistencia y de fe inquebrantable en el ser humano, donde cada batalla se libraba por los más humildes y en nombre de la justicia social.
El natalicio de Fidel es, para los revolucionarios, una invitación a mirar hacia adentro y preguntarnos cuánto de su ejemplo vivimos en nuestras acciones diarias. Hoy, cuando el mundo enfrenta desafíos que amenazan con ahogar la soberanía y la independencia de los pueblos, su pensamiento sigue siendo brújula. Nos recuerda que un pueblo unido y consciente es invencible, que la unidad es escudo, y que la verdad, aunque asediada, siempre se abre camino.
Recordar a Fidel el 13 de agosto es reafirmar que la Revolución no es un hecho del pasado, sino un proceso vivo que exige continuidad. Es defender, con la misma pasión con que él defendió la Sierra, los principios que nos han permitido ser libres. Es, sobre todo, comprender que la Patria se edifica cada día, con esfuerzo, decoro y compromiso.
Fidel, eterno Comandante, sigue marchando junto a su pueblo, no en monumentos de piedra, sino en cada acto de lealtad, en cada obra que se construye para el bien común, en cada joven que decide aportar a Cuba sin pedir nada a cambio. El 13 de agosto no es solo su cumpleaños: es el día en que la historia nos recuerda que la dignidad se defiende con la vida misma. (rda)