El Apóstol había regresado en la idea de que la guerra debe ser sinceramente generosa. Tras las acciones del 26 de julio de 1953, el tirano habló de una presunta turba sedienta de sangre, que había degollado a las postas y a los enfermos del Hospital Militar en Santiago de Cuba. Aquel entramado de mentiras duró ?como se dice?menos que un merengue en la puerta de un colegio.

La Generación del Centenario concurrió en la historia en otra gesta necesaria, con un lugar para la audacia y para la grandeza. Los médicos del ejército declararon luego en el juicio que ningún soldado sufrió heridas de arma blanca. Y el señor Francisco Mendieta Hechavarría, nada menos que el fiscal de la Causa 37, reconoció la nobleza de los asaltantes al respetar la vida de militares prisioneros.

Ese representante del Ministerio Público del régimen, a la hora de incriminar a los jóvenes, calificaba de ?un sueño eso de tomar el cuartel con tan pocas armas?. En su alegato de autodefensa, Fidel recordaba que nunca fue intención luchar contra los soldados. La idea era tomar por sorpresa al regimiento, apoderarse de las armas, y unir a los militares al proyecto revolucionario.

Un hecho conocido, pero escasamente significado, engrandece la estatura moral del líder del movimiento. No comulgó jamás con la propuesta de arrestar previamente a todos los altos oficiales en sus casas. Eso habría descabezado al mando castrense y abierto las puertas del cuartel Moncada. Pero la Revolución, a su juicio, no debía empañarse en su amanecer con un posible drama cruento en el escenario familiar.

Otro hecho revelador fue su reacción ante la eventualidad del fracaso. La nación nunca dejó de sangrar por el zarpazo traidor del 10 de marzo de 1952. Había en ciernes una voluntad popular para reparar el daño y curar las heridas. Fidel llevaba consigo un arsenal propagandístico suficiente para lanzar al pueblo a la calle, pero se abstuvo de hacerlo mientras la fortaleza no estuviera en manos de los asaltantes. La crueldad del régimen contra los jóvenes participantes en la acción, da una idea del altísimo precio que el país habría pagado en vidas.

Ahí está la palabra documentada en La Historia me Absolverá: ?Todo el mundo tenía instrucciones muy precisas de ser, ante todo, humanos en la lucha?. Y fue un principio que se difuminó por siempre en la praxis revolucionaria, a pesar de que la tiranía impuso el crimen como norma.

En la prédica de José Martí está precisamente que la venganza es propia de espíritus ruines. En su libro La Paz en Colombia, publicado muchos años después, el Comandante en Jefe apuntó que esa práctica de respeto hacia el adversario contribuyó decisivamente a la victoria en Cuba. Y también subrayó que allí donde la guerrilla le faltó a la dignidad del prisionero, el panorama se volvió complejo y sombrío.

Fidel proclamó al 26 de julio de 1953 como victoria de las ideas. En su famoso Concepto de Revolución, la tarea enorme de los cubanos se registra como un acto inacabable, que nunca tendrá fin. La lucha no ha cesado. Ahora y siempre, como lo fue en aquella clarinada en el Oriente de Cuba, la obra pasa por ser tratado y tratar a los demás como seres humanos.

Tomado de Radio Camoa

Andrés Machado Conte