La angustia no llegó con el viento. Llegó antes, incubándose en cada pronóstico, en cada alerta del Instituto de Meteorología y del Dr. Rubiera sobre la inminente amenaza de Melissa.
Esta crónica, sin embargo, no quiere ser un registro del miedo o de destrucción. Es, sobre todo, un testimonio del deseo acumulado; un suspiro colectivo que se eleva pidiendo a una sola voz que no haya vidas perdidas. Ese es el verdadero parte meteorológico que anhelamos escuchar.
“Melissa”, un nombre que sonaba dulce para la furia que desató, se ensañó con el oriente del país. Pero en Cuba existe una fuerza más poderosa que cualquier ciclón: la cultura de la Defensa Civil. No es solo un protocolo, es un escudo humano. Y mientras el deseo bulle en silencio, recuerdo que en el oriente se movilizaron 735.000 historias de solidaridad, cada una fue una trinchera de salvación.
Hoy, el titular que todos esperamos, el que resonaría como un himno de alivio, es uno solo: “Melissa no dejó muertes en mi Cuba”. Ese pronombre posesivo lo es todo. No se refiere a la Cuba abstracta de los mapas, sino a mi Cuba, la nuestra, la de la gente que conoce el valor de unirse ante la adversidad.
Que mis hermanos de Oriente hayan sobrevivido al embate. Esa es la única noticia. Esa es la victoria. La tormenta pasará, pero lo que permanece, intacto y fortalecido, es el deseo inquebrantable de un pueblo por proteger lo más valioso: la integridad física de su gente. (rda)
