Y se hizo maestra

Esta no es la típica historia de la mujer que en su infancia le daba clases a sus muñecas y a unos alumnos imaginarios,  con la ilusión de algún día convertirse en maestra.  Esta es la historia de quien encontró la vocación por el magisterio andando el camino de la vida y luego de tropezar, hundirse, romperse y enfrentar situaciones límite.

Alina Brown Díaz llegó al mundo de las tizas y el pizarrón cuando su único hijo comenzó el preescolar. Quería tenerlo cerca y, tal vez, reponerse de sus heridas. En aquel momento había guardado el título de Contabilidad y comenzó a trabajar como asistente educativa en la escuela primaria Víctor y Orlando en el poblado de Tapaste, en San José de las Lajas, Mayabeque news.

Enseguida sobresalió por su disciplina, inteligencia y dedicación. La docencia le abrió los brazos y ella se dejó llevar hacia ese nuevo paisaje habitado por la niñez y donde todo es limpio y auténtico: el cariño, la mirada, una risa.  Fue así como se encontró con la maestra que siempre estuvo ahí, en sus venas, en su alma.  El placer indescriptible que experimentaba mientras enseñaba, le devolvieron las ansias de volver a los estudios. Sin dudarlo, fue a la universidad para cursar la Licenciatura en Educación Primaria, graduarse y acariciar el título de oro. Más que un triunfo profesional, aquel paso representó el reencuentro con sus sueños y consigo  misma.

Hoy, cuando han transcurrido casi 18 años, da gusto detenerse y conocer a una maestra como Alina, que ha dominado el arte del magisterio a fuerza de coraje y perseverancia.

Es verdad que  esta mujer reúne muchas de las virtudes que distinguen a quienes desempeñan la profesión más bella y honrosa del mundo, al decir de José Martí. Pero ella posee además, una gracia especial para  transformar con delicadeza y buen gusto el espacio físico donde sus discípulos aprenden a volar.  Es que todo lo que Alina toca, se vuelve hermoso y útil. Por eso es una fiesta para los ojos y el espíritu entrar a su aula, un local repleto de magia, colores y buenas energías. Impecable está su mesa de trabajo, el orden  gobierna asimismo, el puesto de los libros y otros materiales escolares. Brillan gracias a su cuidado y su imaginación, los murales y los cuadros, dibujados por ella misma, donde asoman las nuevas mascotas de Lengua Española y Matemática.   Y qué decir de ese mundo verde en miniatura que ha dedicado a la naturaleza y que ha esculpido centímetro a centímetro con sus manos y su amor: sencillamente sorprendente.

Alina es hermosa todavía y parece tener menos edad, aún y cuando cuenta ya 53 años. Su dulzura no empalaga y sus palabras, a veces tiene filo y otras veces, pétalos, plumas, espuma de mar. Reconoce que su carácter es recto, pero se enorgullece de mantener intacto, en su labor de cada día, el ingrediente esencial  para educar: el humanismo.

A veces ha querido marcharse y renunciar, lo confiesa. Pero concibe su profesión como un ancla que no duele ni pesa, al contrario, la sostiene, la renueva y la hace digna de sus alumnos y de su  hijo, quien es hoy un profesional de la Informática. Lo último que me dijo Alina antes de despedirnos, es que sigue estudiando y en estos momentos cursa un diplomado en la Universidad Agraria de La Habana Fructuoso Rodríguez. Adivino que quiere aprender más para enseñar mejor, que intentará a toda costa seguir creciendo como mujer y como maestra y que quiere quedarse allí, donde ha sido más feliz y donde más falta hace, en su escuela y con sus niños. (Diario Mayabeque) (rda)

Marlene Caboverde Caballero