Decía Martí que educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido; es ponerlo al nivel de su tiempo, para que flote sobre él; es preparar al hombre para la vida.
Y ese pilar de su doctrina define la actitud de quienes en las aulas derrochan virtud y sensibilidad, en el ejercicio de una profesión que demanda preparación, dominio y entrega.
Porque es el maestro quien recibe la arcilla del hombre en sus manos para forjar nuevas generaciones, y por ende, asegurar el futuro de la Patria.
No hay logro en la ciencia, la cultura, el deporte o la vida social que no lleve su impronta. Desde las prácticas de cortesía y buenos modales, hasta las lecciones más complejas de ortografía y cálculo, es el maestro quien desarrolla capacidades para una vida útil y de bien.
En Cuba, el maestro no mide esfuerzos, porque su actividad va encaminada a preparar el futuro con rigurosidad y espíritu emprendedor.
Los logros alcanzados durante todos estos años de Revolución en la enseñanza son parte de la historia y el esfuerzo de un buen número de docentes, muchos formados sobre la marcha, porque así lo demandó la primera etapa en la que había que dar respuesta a las necesidades educacionales que dejó la República.
En el enero triunfante se inició el cumplimiento del Programa del Moncada, y ya en septiembre de 1960, nuestro líder histórico anunciaba en Naciones Unidas el mayor empeño educativo de la Isla: la Campaña de Alfabetización. La hazaña culminó el 22 de diciembre de 1961, fecha en la que desde entonces, se honra a los maestros.
Este 22 de diciembre, cuando felicitemos a nuestros maestros, debemos recordar la majestuosidad de su obra, ya sea en épocas anteriores o en la vorágine que demandan los tiempos modernos.
También, en medio de las carencias y dificultades que provoca el bloqueo estadounidense a la Isla, ellos se valen del ingenio para forjar, contra viento y marea, a hombres y mujeres de bien, cultos e instruidos. Su obra educacional no es perfecta, pero excluye a los niños cubanos de los más de 260 millones de pequeños que en el mundo no asisten a la escuela y se enrumban hacia el analfabetismo.
¡Gracias maestros! por formar valores y sentimientos en nuestros hijos, por hacerlos mejores personas, condición elevada a las que aspira todo ser humano.