De lunes a viernes, el sonido de la alarma de mi teléfono me indica que el día comenzó. Sin tiempo para remolonear, me pongo en pie para preparar el desayuno, la merienda y el almuerzo del resto de la familia.
Media hora más tarde, levanto a mi peque y la alisto para ir a la escuela. Al mismo tiempo, termino de vestirme y quizás colocarme un poco de maquillaje. En plan informativo, activo los datos móviles y cuál sería mi sorpresa al conocer que la guagua que traslada a la niña hacia la institución educativa no circularía.
He aquí el primer exabrupto de la jornada, sin embargo, con toda la actitud busco una opción para garantizar su asistencia a clases. Después de las peripecias para dejarla en el centro docente, enfrento el segundo desafío, ver en qué me traslado para ir al trabajo. “Hoy tenía que llegar temprano”, es la frase que resuena una y otra vez en mi mente.
En días de efervescencia y escasez de combustibles, se limitan las posibilidades. Muchas personas, como yo dependen de la buena voluntad de choferes de vehículos ligeros y ómnibus, porque en medio de los pocos recursos, pulula, para mal, la indolencia de muchos conductores.
Después de tres horas de espera, de hacer señas a cuanto carro pasaba por mi lado, casi ya sin esperanzas, a lo lejos diviso una guagua. Quienes me acompañaban especulaban que quizás no detendría su marcha por la falta de capacidad, otros, los más optimistas, aseguraban que si lo haría.
La incertidumbre colectiva nos invadía mientras a toda voz repetían sin parar, “caballero no hay transporte y lo poco que pasa, no para”.
Llega el ómnibus, y para suerte de los presentes se detiene, abre su puerta y luego de la lucha pujante por ver quién montaba primero, logro abordar. Como sardinas en lata, emprendimos el recorrido. Al llegar al trabajo me sentía exhausta y sólo pensaba cuántas vicisitudes debería enfrentar en la tarde al regresar a casa.
¿A cuántas personas tendría que requerir por no respetar el orden de la cola, cuántos codos a esquivar, tras cuántos autos tendría que correr y a otros tantos hacerles el acostumbrado gesto de parada? La situación es bastante compleja, para nadie es un secreto, y si a ello le sumamos la falta de empatía, el panorama, sin lugar a dudas, empeora.
Así es el día a día de no pocos cubanos si de transportarse se trata. Esperas prolongadas en las filas y el desgastante viaje con escalas indeseadas, el cual agota las energías sin apenas haber comenzado la faena laboral.
Si, sabemos de sobra las causas, falta de financiamiento en las empresas estatales de transporte, déficit de combustibles y piezas de repuesto donde el indeseable bloqueo pone su cuota de maldad, pero…….. la vida continúa y la adopción de estrategias viables debe ser el plato principal de este banquete llamado movilidad.