Bejucal es tierra de privilegios, el primer camino de hierro y de Latinoamérica llegó hasta allí en mil 837, estrenando el séptimo ferrocarril del mundo.

Veinte y cinco años después esa aventajada condición hizo posible el trayecto de un niño y su padre al caserío de Caimito de Anábana, sitio de inspiración para el grito de angustia que proclamó después en sus versos libres el pequeño con precocidad de gigante.

“Un niño tembló de pasión por los que gimen y al pie del muerto juró lavar con su sangre el crimen”.

Contaba José Martí Pérez con nueve años cuando por vez primera paseó su mirada curiosa sobre la tierra bejucaleña. El tren había detenido la marcha en esa estación solo unos minutos para permitir el descenso y ascenso de pasajeros.

Ocho años después erguido de honor, pero con sus fuerzas agotadas por los crueles de la cárcel y el trabajo forzado, el joven Martí utiliza el mismo medio de transporte, su destino final la finca El Abra.

El viaje precisaba el largo y complicado recorrido, paradas obligadas en Rincón, Bejucal, San Felipe y Batabanó. Desde el Surgidero zarpaba el barco hacia Isla de Pinos.

Apenas un año después el 15 de enero de 1871, la estación de trenes de Bejucal fue testigo mudo del paso nuevamente de José Martí ahora de regreso para continuar viaje a La Habana, después al exilio fecundo, la verdad lo estaba asfixiando, saldría a la luz enseguida en España a donde fue deportado el Presidio Político en Cuba.

Es una suerte para Bejucal, nunca imaginaron los moradores de entonces que aquel niño que tres veces cruzó esa tierra devendría El más universal de los cubanos. (BSH)

Nivia Palenzuela Páez

Periodista en Radio Mayabeque

Por Nivia Palenzuela Páez

Periodista en Radio Mayabeque

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