Un nuevo 28 de enero llega, esta vez el aniversario 169 del natalicio de José Martí, el Héroe Nacional cubano, y vuelven los cantos y vuelan su poesía y asertos en las escuelas, donde tanto se lo ama, y en múltiples plazas del país. Es inefable.
Aquella humilde vivienda de la calle Paula, hoy Leonor Pérez, el nombre de su madre, vio crecer apenas por dos años a José Julián Martí Pérez, el vástago mayor de una familia a la que se sumaron sus hermanas, formada por unos padres de origen español, pobres y con una rectitud y honradez a toda prueba.
El niño Martí, Pepe para su familia y amigos, estudió en escuelas asequibles a los menguados recursos familiares y en su formación fue decisiva, como se sabe ampliamente, la educación recibida en el colegio del patriota e intelectual revolucionario José María de Mendive, quien garantizó su instrucción en la adolescencia.
Muchos años después, cuando desde el exilio en Nueva York y tras un periplo por varios países de América Latina, pudo concretar su proyecto de organizar la última guerra de independencia contra el colonialismo, la semilla plantada por sus formadores había fructificado con creces en él, hombre de una inteligencia y valores morales extraordinarios. Uno de los secretos de su luz.
De esa forma, no es casual que el fulgor de José Martí llegue, especialmente, al presente cada día de su cumpleaños con una gran fuerza multiplicadora de las mejores virtudes del pueblo cubano, quien lo ha tomado como ejemplo y como héroe, junto a la figura de su más fiel discípulo: Fidel Castro Ruz.
No son meras palabras y eso lo sabe cada compatriota. Entonces, es bueno pensar que la pena inmensa sentida por su caída el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, se mitiga cuando no se le deja morir –como hizo la Generación del Centenario- y se retorna a su sabiduría y pensamiento con el afán de aprender y crecer que hoy prima en la Patria y en sus alumnos de siempre.
Al caer de cara al sol en los albores de la campaña definitiva que él organizó, ostentaba altas investiduras en el naciente Ejército Libertador y era llamado Presidente por sus compañeros, aunque prefería ser nombrado como Delegado, en alusión a su responsabilidad de fundador, en abril de 1892, del Partido Revolucionario Cubano, simiente en la preparación de la última carga.
Además de sus valores como revolucionario y genio político, su natalicio hace reverdecer, como dijimos, al poeta, narrador, periodista y pensador de honduras, sin ser filósofo, que ejerció con pasión y militancia, a rango continental inclusive.
Ciertamente se vio obligado a la deportación y al exilio desde su temprana juventud (1871), pero convirtió esta circunstancia en trabajo y fragua de su vida y por el bien de su pueblo. Ello le posibilitó poder laborar como corresponsal en Nueva York de importantes periódicos de esa pujante urbe, y de medios de Buenos Aires, Montevideo, Caracas y Puebla, en México.
La intelectual venezolana Susana Rotker, premio Casa de las Américas en ensayo en 1991, por su obra Fundación de una escritura, las crónicas de José Martí, señala que en una época en que los lenguajes de la literatura y el periodismo estaban claramente diferenciados y eran terreno vedado uno del otro, la prosa martiana transformó esa circunstancia en la redacción de las crónicas que escribiera desde 1880 a 1892.
En especial, dentro de las llamadas Escenas norteamericanas, Martí hizo un nuevo periodismo junto a una nueva literatura en Hispanoamérica, al reflejar la formidable transformación social, económica, política y cultural, incluyendo el uso de las nuevas tecnologías de entonces, en un prensa periódica humanista, que también realzó el tema latinoamericano. Fue un gran innovador en ambos campos: letras y periodismo.
Nadie ignora que la poética martiana fue inspiradora en el surgimiento del famoso movimiento Modernista, algo que proclamó el propio Rubén Darío, aunque José Martí, en propiedad, no fue un poeta que pueda incluirse entre los cultores de esa escuela.
A tono, es bueno recordar que el autor del poemario Ismaelillo, dedicado a su hijo, los Versos Sencillos, el agudo y trascedente ensayo Nuestra América en 1891 y la revista infantil La Edad de Oro…, tuvo a su tiempo una obra literaria muy connotada y reconocida en vida, aunque esto no le llevó a riqueza material alguna.
Tanto como su creación intelectual y política, hoy también sirven de inspiración su vida y su ejemplo. Siempre obró y trabajó por la Revolución bajo la humildad, la modestia, la honradez y la pobreza, con abnegación y sacrificio sin límites, por lo cual también se ganó el referente de Apóstol.
Otro de sus legados fulgurantes, muy válido para estos tiempos, fue el propósito, confeso, en la última carta a su amigo Manuel Mercado, de trabajar con denuedo para que la independencia de Cuba impidiera el expansionismo estadounidense por las tierras de la América Nuestra.
No solo era libertario y anticolonialista, llevaba en su mente el germen de lo que más tarde se conocería como antiimperialismo, pues los 15 años que residió en Estados Unidos le permitieron calar en esa sociedad, fuentes de poder y costumbres, y hacer acertadas premoniciones sobre el futuro de la América hispana respecto a la naciente potencia mundial.
Por eso insistió en valorar la lucha incansable, sin claudicación, y el poder de todo el pueblo cubano, su necesaria unidad y cohesión por la causa. Así pensaba que se podrían enfrentar los obstáculos y cumplir el imperativo de hacer una Revolución de la reflexión y no de la cólera y la violencia injustificadas, lo cual concibió muy tempranamente.
Soñó con una República libre, la cual debía ser “Con todos y para el bien de todos”, un empeño que en los días que corren los cubanos se han tomado muy en serio. Martí nunca los ha defraudado, los alienta y hace crecer. (IVP)
Redacción Digital
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