Es hora de superar los diagnósticos y pasar a las acciones.

Tomado del Periódico Granma

Discurso pronunciado por Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, en la clausura del Tercer Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su X Legislatura, en el Palacio de Convenciones, el 19 de julio de 2024, “Año 66 de la Revolución”

Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana;

Querido compañero Esteban Lazo Hernández, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular y del Consejo de Estado;

Queridas diputadas y diputados;

Invitadas e invitados;

Compatriotas:

Durante estos días hemos discutido y acordado sobre diversos temas, todos muy sensibles para la nación cubana.  Insisto en que nos corresponde ahora cambiar lo que deba ser cambiado y avanzar en la ruta emprendida hace ya 65 años para emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, según el concepto de Revolución que nos legó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. La Asamblea Nacional, suma y síntesis del país que somos, vota unánimemente casi todos sus acuerdos. 

Eso provoca no pocas críticas de quienes desconocen que detrás de esa unanimidad se acumulan largas e intensas jornadas de trabajo, de debate y de búsqueda de consenso en función del interés colectivo.  Y creo que vale la pena decirlo.

A Cuba no la dirige una persona, ni siquiera un pequeño grupo de personas.  Esta es la rara dictadura que jamás podrán entender los enemigos de la Revolución: la dictadura de los trabajadores, la dictadura del pueblo que representamos los aquí reunidos, por elección popular.  Por eso, lo que discutimos aquí es guía y lo que aprobamos es ley.

Nunca aceptaremos como válida la mascarada de democracia que se exhibe en las vitrinas del imperio, donde los candidatos son evaluados por la cantidad de dinero que logran recaudar y, en lugar de proponer cambios reales a los grandes problemas de su país, cada cual trata de vencer a su adversario con descalificaciones e insultos.

Tampoco aceptamos de modelo al todopoderoso Congreso de los Estados Unidos, donde legisladores honestos, interesados en servir a sus comunidades, están obligados a legislar al lado de auténticos bandidos, servidores de lobistas de las armas y de otros negocios infames, como esos que han sostenido durante décadas las políticas contra Cuba como si fuera un asunto de política interna.

Si algo nos honra como nación es la integración de esta Asamblea, el carácter genuinamente cubano de cada legislatura, donde no se pagan honorarios extras.  El único premio a cambio es la posibilidad real y práctica de ser más útiles a la sociedad y el reconocimiento del pueblo al que servimos.

La intensa actividad legislativa de estas sesiones confirma lo que digo.  Se han aprobado seis leyes sobre temas de trascendencia para la sociedad y que desarrollan preceptos constitucionales, tres de ellas presentes por primera vez en nuestro ordenamiento jurídico.  Nos referimos a las leyes de Ciudadanía, de Procedimiento Administrativo y la de la Transparencia y el Acceso a la Información Pública.

Los ricos debates y aportaciones de los diputados en los análisis de cada proyecto de ley las han robustecido y obligado a realizar importantes cambios de contenido.

Entre los más debatidos esta vez están los proyectos vinculados al estatus de las personas en territorio cubano, sean ciudadanos cubanos o extranjeros: la Ley de Ciudadanía, primera que regula esta materia con reconocimiento a la multiciudadanía y la ciudadanía efectiva; la Ley de Migración, tal vez la más discutida, y la Ley de Extranjería, que actualiza las normas que estaban vigentes desde 1976.

Estas leyes muestran la voluntad de ensanchar y ampliar las relaciones con todos los cubanos, con todos los comprometidos con su patria, así como ratifica que Cuba es un sitio seguro y de respeto para todos los extranjeros que residan en el territorio nacional.

Cada una de esas normas responde a una demanda o un interés de bien público, como la Ley de Procedimiento Administrativo, cambio trascendental para el funcionamiento de la Administración Pública, que debe convertirse en un freno a las actuaciones burocráticas de los funcionarios.

O la novedosa Ley de la Transparencia y el Acceso a la Información Pública, coherente con los principios fundamentales del Estado socialista de derecho.

En todos los casos se preservan los intereses de la defensa y seguridad nacional, así como la integridad de las personas.

La Ley del Sistema de Títulos Honoríficos y Condecoraciones ordena y perfecciona esta materia en correspondencia con el texto constitucional.

La intensidad y dinamismo de este proceso demuestra una vez más el propósito de cumplir con el Cronograma Legislativo aprobado por la propia Asamblea y con ello hacer realidad cada uno de los contenidos de la Carta Magna.

Compañeras y compañeros:

Todos los días enfrentamos enormes obstáculos a los sueños y proyectos de justicia social, conscientes de que es nuestra responsabilidad como Estado socialista “desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional”, según otra idea fundamental del concepto de Revolución.

Sé, porque pulsamos constantemente la opinión popular, que son muchos y desde muy diferentes perspectivas, los que califican el momento actual como el más difícil de la historia de la Revolución.  No faltan, incluso, los que llegan a sugerir que el periodo revolucionario terminó.

El momento es muy difícil, sin duda.  Lo dice el pueblo y lo ratificamos quienes trabajamos por aliviar el impacto de esas dificultades en la cotidianidad de todos.  Pero la Revolución vive y sus enemigos lo saben.  Por eso la acosan y la atacan.

La Revolución está siendo duramente desafiada a revolucionarse y lo está haciendo.  Lo estamos haciendo juntos, en equipo, porque no es posible otra fórmula (Aplausos).

El momento ha sido siempre difícil para los revolucionarios, pero difícil no significa insuperable.  Eso está escrito en la historia de los últimos 65 años, desde que, recién llegada al poder, la Revolución se vio permanentemente amenazada de invasión, minada la isla de bandidos que hoy serían llamados, con justicia, terroristas; desabastecida y saboteada constantemente su economía; rota su natural relación con Latinoamérica por presiones de los yanquis que nos declararon sus enemigos, bajo una avalancha de mentiras exaltadas por la feroz propaganda anticomunista de la Guerra Fría.

¿Qué fueron Girón, la Crisis de Octubre, las plagas, los atentados, las bombas, los sabotajes, en medio de situaciones tan dramáticas como el ciclón Flora y toda la pobreza heredada del sistema anterior?

El momento es difícil, muy difícil, pero la historia que le antecede es aleccionadora, tan inspiradora, tan heroica, que ella sola responde a todas las interrogantes con la siempre desafiante frase con que el General de Ejército nos enseñó a enfrentar la dificultad: ¡Sí se puede! (Aplausos.)

Ya no está físicamente Fidel, es dolorosamente cierto, pero están sus ideas y su legado.  Y están Raúl y una parte de la Generación Histórica, con el pie en el estribo, educando y estimulando a los que hoy cumplimos la honrosa tarea de darle continuidad a la Revolución, para recordarnos que en medio de los más grandes desafíos, Cuba llegó a alcanzar algunos de los mejores indicadores de desarrollo humano.

Están aquí para demostrar lo que la propia historia dejó sentado: que la nación cuenta con una fuerza fundamental para sobreponerse a todas las dificultades, Raúl la llamó la niña de nuestros ojos: ¡la unidad! (Aplausos.)

En un escenario colmado de obstáculos, como por el que estamos transitando, la unidad es el arma principal para resistir y vencer.

No es la unidad en la consigna o en la unanimidad. No ayudan las coincidencias acríticas sobre los temas más acuciantes.

Es la unidad desde la participación optimista.  Es el compromiso actuando en función de un propósito y de un ideal: salvar la patria, mantener y desarrollar la Revolución y el socialismo, única garantía de preservación y profundización de la justicia social que conquistó este pueblo en más de 150 años de lucha y a la que no renunciará jamás.

Todos los que estén decididos a contribuir con esa misión, cuentan como indispensables para la Revolución.

Es legítimo el debate y es sana y útil la confrontación de ideas que siempre estaremos provocando.  Nadie dude que de ellos nacerán las mejores decisiones, los mejores aportes, dictados por el afán de superar errores, vencer dificultades y avanzar.

Otra cosa es la descalificación de cada paso en la búsqueda de soluciones, la predisposición instantánea e irreflexiva que solo provoca desmovilización y desaliento.

Compañeras y compañeros:

Cuba vive, trabaja, resiste y crea bajo las bombas silenciosas de una guerra que tiene como objetivo principal la actividad económica.  El objetivo es rendir por hambre y necesidades al pueblo, bajo el peso de la política criminal que fue delineada a grandes rasgos en el famoso Memorando de Mallory en 1960 y que en estas seis décadas solo ha escalado en agresividad.

Es responsabilidad del Estado y del Gobierno afrontar esa gravísima contingencia del modo más creativo.  Y la dirección del país no descansa en función de sortear ese escenario de guerra económica que tan duramente impacta sobre la calidad de vida del pueblo.

Sé que algunos cuestionan el uso del concepto de economía de guerra, partiendo de definiciones académicas y experiencias históricas previas.

No voy a usarlo ni a discutir la teoría.  Solo voy a preguntar, partiendo de elementos prácticos, tomados de la dura realidad que vivimos. ¿Puede llamarse economía sin adjetivos la que está obligada a operar con limitado o nulo acceso a las instituciones financieras internacionales, en un mundo cada vez más económicamente interdependiente e interconectado? ¿Qué definición usar cuando para importar alimentos desde Estados Unidos, el mercado más cercano, es obligatorio contar con licencias específicas, pagar al contado, sin posibilidad de créditos y por adelantado, lo que no se le exige a ningún otro país del mundo? ¿Cómo definir el riesgoso y laberíntico mecanismo de importación de combustibles bajo persecución y presiones a navieras, petroleras y gobiernos dispuestos a venderlo?

Negar el acceso de Cuba a productos con un mínimo del 10 % de componentes de origen norteamericano; obligarnos a gestionar inversiones y planes en el más absoluto sigilo, con el riesgo latente y real de que fracasen en caso de ser conocidas por Estados Unidos; someter a las principales empresas del país al castigo diseñado contra las naciones incluidas en sus listas espurias que cierran bancos y posibilidades de financiamiento por todas partes, ¿no son formas innegables de guerra económica?

Buscar antecedentes históricos será más difícil que contestar estas preguntas, porque no existe otro gobierno sometido a una guerra de igual naturaleza, tan prolongada y apuntalada por leyes de otro país que gravitan sobre toda la economía, como la Torricelli y la Helms-Burton, elaboradas con el declarado propósito de cambiar el régimen político de Cuba.

Gestionar la economía, bajo condiciones en las que no opera ninguna otra nación del mundo, ¿cómo se llama entonces?

Compañeras y compañeros:

La muy compleja situación del país se verifica hoy en prácticamente todos los ámbitos de la economía, pero hay algunos donde el impacto de las carencias resulta más doloroso y significativo, como la imposibilidad práctica de asegurar oportunamente el suministro de los escasos productos de la canasta básica y los medicamentos; la inestabilidad del sistema electroenergético nacional y el descontrol de los precios, excesivamente elevados, especulativos, abusivos, que limitan el poder adquisitivo de una parte considerable de la población.  Paralelamente, y como consecuencia de las sostenidas carencias y limitaciones, crecen las manifestaciones de indisciplina, violencia social, adicciones y vandalismo, que atentan contra la tranquilidad ciudadana, entre otros problemas.

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