Mayabeque, Cuba: El cuatro de abril me colma de escaramuzas pueriles anudadas de rojo y azul; pañoletas que llenan el espacio con aliento emprendedor fraguado en erudición patriótica; destello auténtico de mártires y héroes que se hacen escuchar, devorando el tiempo para descubrirse presentes en los que hoy evocan el futuro.
Juventudes truncas de días apesadumbrados, brazos convertidos en fusiles llevando un tono rojo y negro, e inscritos con fecha 26 de Julio de 1953, perpetuando a los caídos y haciendo inmortal la proeza del Moncada.
Siento batir en mis mejillas la brisa salobre de Granma y en mi letargo mis pupilas divisan a los valientes que decididos llegan a nuestras costas con la Lupe en la memoria, prestos a luchar por la igualdad ofrendando la savia de sus entrañas
Las efigies de otrora se mezclan con la magnificencia del Sol dando paso a la sonrisa que abraza a la heroína solitaria de las cinco puntas resplandeciente y escoltada por un ejército uniformado de blanco rojo y azul, faro de mil batallas que cobra vida en el rostro de la infancia y en el esplendor de los mozalbetes que enaltecen a Cuba con trofeos desde la ciencia, la cultura, el deporte el esfuerzo y el amor.
Un cuatro de abril que augura la esperanza marca mi país en el calendario. Notas escabullidas del pentagrama que esculpiera Perucho Figueredo armonizan la maravilla de un sueño consumado, onomástico de flores y de gloria, compromiso de virtud y entrega que repercute en todo el planeta, detonante de júbilo solidario que aproxima a otros continentes, haciendo invisible la distancia a través de un puente de hermandad.
Rondas de niñas y niños que sin marcar las diferencias hacen inclusiva la musa de la poesía, regalando versos y tonadillas al terruño que los resguarda.
Tomado de Radio Camoa