Durante décadas, el sistema de salud cubano ha sido reconocido mundialmente por su enfoque preventivo, su cobertura universal y su carácter humano. Sin embargo, dentro de ese entramado ejemplar, hay un aspecto que poco a poco comienza a emerger con la seriedad y sensibilidad que merece: la salud mental. No porque antes no existiera atención, sino porque las dinámicas sociales y los desafíos contemporáneos han colocado este tema en el centro del debate social.
En la Cuba de hoy, marcada por transformaciones económicas, nuevas realidades migratorias, cambios tecnológicos y presiones sociales, la salud emocional y psicológica ha comenzado a ocupar un espacio necesario en la conversación pública. Lo que antes se vivía en silencio, en la intimidad de los hogares o tras las paredes de un consultorio, hoy se expresa con más apertura en medios, espacios comunitarios y redes sociales.
Nuestro país ha mostrado históricamente una capacidad de resiliencia admirable. Sin embargo, la resistencia también necesita cuidados. Ser fuerte no significa negar el agotamiento, la ansiedad o la tristeza. Reconocer el derecho a sentirse mal y a buscar ayuda no es signo de debilidad, sino de madurez social.
Mayabeque cuenta con una red de profesionales de la psicología y la psiquiatría de alto nivel, formados en nuestras universidades, brindan su apoyo en policlínicos, hospitales, consultas especializadas e incluso en barrios vulnerables. No obstante, aún queda mucho camino por recorrer en cuanto a visibilidad, accesibilidad y sensibilización.
En el actual contexto económico, el estrés se intensifica, fundamentalmente en las personas adultas, que ante las carencias se ven obligadas a hacer “magia” para salir adelante en el día a día.
Los desafíos no son solo clínicos, sino también culturales. Hablar de salud mental es combatir el estigma, es entender que la depresión, el estrés o los trastornos de ansiedad no son caprichos ni signos de debilidad moral, sino afecciones reales que merecen comprensión y acompañamiento.
En nuestras comunidades se perciben nuevas formas de organización social donde se prioriza el bienestar integral: proyectos socioculturales, círculos de escucha comunitaria, campañas educativas en centros estudiantiles, y acciones impulsadas por los propios jóvenes que buscan espacios para expresarse, compartir y sanar colectivamente.
También hay un papel fundamental que desempeña la familia cubana. En el entorno del hogar, donde se gestan valores y se tejen los vínculos más profundos, hablar de salud mental debe dejar de ser un tabú. Escuchar sin juzgar, acompañar sin imponer, abrazar sin condiciones, son actos revolucionarios de amor que sostienen a quienes más lo necesitan.
Cuba ha demostrado al mundo que la salud es un derecho, no un privilegio. En esta nueva etapa, dar el paso hacia una atención más visible, integral y abierta de la salud mental es parte de ese mismo compromiso ético y humano que ha caracterizado a nuestro sistema de salud desde sus raíces.
Hablar de salud mental hoy no es una moda, es una necesidad. Y como pueblo educado, solidario y consciente, estamos dando los primeros pasos —firmes y decididos— hacia una nueva dimensión del bienestar: la del alma, la mente y el corazón. (rda)