El recuerdo de las acciones del 26 de julio de 1953 deberá acompañarnos siempre, como símbolo del valor de aquellos jóvenes liderados por Fidel Castro y el sueño de libertad para todo un país, publica la revista La Jiribilla.
Ahí están sus nombres, los rostros, el dolor en las familias que no olvidan. Cada julio resuenan los disparos con algunas marcas todavía en la pared y en el alma de un pueblo. A veces mencionamos el hecho, lo evocamos con palabras, miramos alguna imagen… Ellos deberán ser siempre parte de nosotros.
El asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, es uno de esos acontecimientos con una carga patriótica y una fuerza que deberá circular permanentemente por nuestras venas.
Aquel 26 quedó marcado para siempre. Eran jóvenes, muchachos como nosotros, llenos de vida y coraje, con plena conciencia de la necesidad de lograr la libertad total de Cuba. Los disparos no eran solo contra los soldados o las edificaciones militares, eran también contra las injusticias, la miseria, el analfabetismo, la falta de derechos a la Educación y la Salud, el fraude electoral, los robos, los secuestros, los asesinatos…, que pululaban en la etapa.
Miles de niños morían por falta de recursos, el 90 por ciento de los que vivían en el campo eran devorados por parásitos, la mayoría de las familias de zonas rurales vivían en peores condiciones que los indios que encontró Colón, según palabras del propio Fidel en su alegato de autodefensa La historia me absolverá, en el cual denunció los principales problemas del país.
Dejo de teclear unos minutos, y me recuesto en el espaldar de la silla. Me parece verlos aquel día. Retumba lo que se conocería luego como el “Manifiesto del Moncada”, el poeta Raúl Gómez García lee sus versos Ya estamos en combate… Escucho a Fidel: “Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertad o muerte!”.
Y más tarde los disparos, la sangre, la persecución, los asesinatos. Uno lee testimonios, mira fotografías de los cuerpos destrozados, y resulta inevitable estremecerse.
Muchos de los sobrevivientes en la acción fueron capturados después, y torturados. A varios les trituraron los testículos, les arrancaron la visión… Ahí está, por ejemplo, Abel Santamaría, fiel a sus principios sin importar el dolor. Nos parece observar a su hermana Haydée, a quien le enseñaron un ojo de él, y la amenazaron con sacarle el otro si ella no hablaba.
La joven amorosa, pero corajuda respondió con dignidad que si él no dijo nada, ella tampoco. Más tarde le comunicaron: “Ya no tienes novio porque te lo hemos matado también…”. Se lee fácil, mas pensemos en el momento, en la tristeza, en aquellas pérdidas que desgarraban…, pero no hacían ceder.
A otros les inyectaron aire y alcanfor en las venas para matarlos. Nos vienen a la mente las anécdotas del joven Andrés García, atacante al Céspedes, a quien golpearon hasta hacerlo perder el sentido y luego lo estrangularon con una soga, pero increíblemente sobrevivió.
Nos sumergimos otra vez en La historia me absolverá, un texto que debe ser revisitado por cada generación, para comprender mejor la dimensión de aquellos sucesos y la altura de Fidel como guía, martiano, revolucionario y cubano.
En ocasiones repetimos “el Moncada de los jóvenes de hoy es este o aquel, tal o más cual responsabilidad, esta o aquella acción”, pero ojalá tengamos plena conciencia de lo que significa evocar aquel hecho y a sus protagonistas.
La Cuba de la actualidad está repleta de retos diferentes, que solo podremos vencer entre todos como una familia enorme en favor del progreso y la vida, con fidelidad a los principios. Debemos ser lo mejor posible, esforzarnos al máximo con voluntad de superación a favor, sobre todo, de los colectivos.
El espíritu del 26 de julio nos debe acompañar en cada momento, como factor indispensable para seguir en el camino de la dignidad, incluso cuando el triunfo parezca difícil. Esa decisión, esa fuerza y coraje casi místicos como pueblo, junto a la inteligencia y la unidad, deben seguir llevándonos a nuevos éxitos, como lo hizo aquella generación cinco años, cinco meses y cinco días después de los asaltos.