Hay memorias que, por más veces que se narren, siguen siendo necesarias. Volver sobre la historia de Aleida Fernández Chardiet es resistirse al olvido.
La combatiente de la lucha clandestina, Aleida Fernández, tenía apenas 26 años cuando fue asesinada por orden de la dictadura de Fulgencio Batista, el 11 de febrero de 1958, a la salida de San José de Las Lajas, en el entronque de las canteras Somorrostro.
El auto en que viajaba hacia La Habana fue detenido, en tres ocasiones, por oficiales de la guardia rural. Cerca de la última intersección una bala atravesó el cristal trasero y la alcanzó. La joven güinera se convirtió en mártir de nuestra provincia.
En la versión oficial del Estado Mayor del Ejército, publicada el 13 de febrero de 1958 por el Diario de la Marina, se declaró que su muerte resultó un hecho fortuito. Un carro, que venía detrás del de Aleida, no obedeció la orden de detención y se lanzó contra las autoridades. Los soldados saltaron a la cuneta, instante en el cual un fusil cayó al suelo y se disparó de manera accidental, recogió aquel periódico.Pero los testigos y documentos históricos desmienten esa versión.
Aleida trabajó en la Compañía Telefónica Internacional, tras el cierre de la Universidad de La Habana, donde estudiaba Medicina. Allí grabó una conversación entre Batista y el entonces embajador de Estados Unidos en Cuba, en la que el primero solicitaba ayuda militar para sofocar el avance del Ejército Rebelde. Entregó el contenido a un espacio radial, que divulgó la grabación y tuvo gran repercusión ante la opinión pública, reflejó la revista Bohemia, el 23 de febrero de 1958.
“Se empeñaron en montar una farsa alrededor de su muerte. El tribunal encontró inocente al soldado Migdolio Felipe Méndez, quien como acusado repitió en su declaración la versión oficial del régimen”, señaló Daniel Martínez Quintanal, reconocido historiador en la provincia.
“Un grupo de guardias rurales, cerca de mi casa, atrapó mi atención. Pude ver cuando detuvieron el auto en que viajaba Aleida y después de un registro, le permitieron continuar. Cuando avanzaron unos pocos metros el jefe dio la orden de fuego, acompañada de un certero disparo”, declaró José Miguel Pita Mendoza, vecino del lugar en aquel momento, quien con solo 11 años presenció los hechos.
Este suceso se impregnó en el pueblo, que se volcó a las calles en una manifestación de duelo y huelga. Su féretro fue envuelto con la bandera cubana, custodiado por miembros de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y los compañeros de la Compañía Telefónica Internacional detuvieron sus labores para ofrecerle tributo.
“Al triunfar la Revolución, un tribunal sentenció al asesino, demostrando con pruebas y declaraciones de expertos en balística su culpabilidad”, aseguró Ernesto Sarduy en el trabajo Circunstancias de un asesinato, en el periódico Mayabeque, el 17 de febrero de 2012. El soldado era francotirador experto y tenía récord con fusil calibre 30.06 milímetros. El mismo que disparó contra Aleida, resultaba improbable que se le escapara un disparo.
Para rendir homenaje, se erigió una tarja conmemorativa en el lugar donde ocurrieron los hechos. En su ciudad natal, la memoria de Aleida permanece viva y en el recuerdo colectivo, el hospital general de Güines lleva su nombre. La bóveda familiar, del cementerio municipal, donde reposan sus restos, tiene una frase grabada que resiste el paso del tiempo: “Aleida Fernández Chardiet, tus compañeros de medicina no te olvidan”.
Sin embargo, como ocurre con demasiada frecuencia, el epitafio y la tarja, que honran su vida, no siempre reciben el cuidado que merecen. El patrimonio tangible, así como el intangible, merece nuestra atención; conservar la historia también es un acto de respeto.
Hoy, más allá de efemérides y fechas señaladas, vale recordar a Aleida no como una figura distante, sino como una joven cuya vida forma parte esencial de la historia de la provincia y de Cuba. (Diario Mayabeque) (rda)