La historia, desde la segunda mitad del siglo veinte hasta nuestros días, no puede eludir la impronta de un hombre que vive en ella y desde ella, como protagonista, es impulsor de tiempos nuevos: Fidel Castro Ruz.
Para los cubanos y los amigos de todo el mundo que le admiran es simplemente Fidel, de quien no se puede hablar en pasado, porque su obra, su pensamiento, aún lúcido y activo, sigue indicándonos lo importante de saber en qué mundo vivimos y por qué vale la pena luchar, sin descanso, para salvar y mantener el proyecto revolucionario, iniciado en la isla el primero de enero de 1959.
A los hombres se les identifica por la huella dejada en el camino y la marca imperecedera de los que no cejan, ha sido el signo que trajo a este mundo aquel niño que nació en Birán, hace hoy 90 años.
Líder estudiantil primero, organizó y encabezó un movimiento de jóvenes que reivindicaron a Martí, cien años después del nacimiento del apóstol. Aglutinó desde el exilio y retornó a la patria para dirigir la lucha en la montaña. Después del triunfo, la etapa que él mismo calificaría como más compleja, se enfrascó en la construcción de un nuevo proyecto de país, su obra mayor.
A los hombres se les identifica mejor por sus obras. Por su legado. Por aquello que han donado a la posteridad. Por su visión para prever encrucijadas y ayudar a desvencijar cada tropiezo.
Es por eso que resulta fácil encontrar a Fidel cuando se anda por Cuba o por el mundo. Y no porque su imagen aparezca continuamente en fotos y afiches y sus frases más célebres se pinten en paredes, murales y pancartas; sino porque desde muchos lados avistamos la obra que inspiró, señaló, ordenó, previó, como parte de esa utopía irrenunciable de hacer un mundo mejor, posible.
En la diminuta escuelita rural en medio de las intrincadas lomas o las muchas universidades, en los centros científicos, que aportan su quehacer al mejoramiento humano; en los médicos y técnicos de la salud que por toda la isla y en otros lugares del planeta remontan día a día la difícil misión de preservar las vidas; en las carreteras que enlazan serranías y llanos, en los libros que se han multiplicado gracias a su empeño, en la dignificación de la mujer, en la igualdad de la razas y los credos, está Fidel.
Su presencia permanece también en el espíritu de los que alzan las banderas de la justicia, la paz, la hermandad, en los que no claudican, en la vastedad creativa de estos años de perseverante esfuerzo por hacer un país “con todos y para el bien de todos”.
Redacción Digital
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