La joven bayamesa presentía que cuando triunfaran los rebeldes, encontraría un trabajo fijo y acabaría la incertidumbre de ser maestra sustituta en Horno Arriba, una localidad rural del municipio Bayamo. Tanto así que cuando su novio le propuso matrimonio, ella le respondió contundentemente: “Yo no me caso hasta que la Revolución triunfe”. Aunque no estaba vinculada a la lucha clandestina ni a la Sierra Maestra, Noelvia, como muchos cubanos de la época, le tenían fe a la Revolución de Fidel Castro y los barbudos.

Por eso aquel 1ro de enero de 1959, cuando ella y su familia sintieron el alboroto en las calles de Bayamo: “¡Viva Fidel!” “¡Ahora sí, triunfaron los Rebeldes!” “¡Caballero, se jodió Batista!” y otras expresiones de júbilo, sumaron su alegría a la del pueblo.

“Yo fui una de las que cogió calle también (sonríe Noelvia con la picardía de casi un siglo vivido), porque dije: Ahora sí que nosotros vamos a trabajar, era lo que yo decía nada más. Y así mismo fue. En mi casa todo el mundo eufórico por el triunfo” .

Su felicidad y la de millones de cubanos de la época, también tenía que ver con la esperanza de que la Revolución acabaría con la represión del ejército batistiano al pueblo, de la cual ella había sido testigo, en varias ocasiones.

Yo recuerdo que estaba en la acera de frente a mi casa con mi novio, y veo a dos guardias de Batista, y le digo: “Negrón, vamos a entrar que ahí vienen”. -Pero nosotros no estamos haciendo nada malo aquí. “Si, pero tú sabes cómo son esa gente”. En eso le dicen: “Oye, ven acá”. “No te lo dije. Ay pobrecito, se lo llevaron, qué le harán”, pensé yo. Y efectivamente, le dieron una pela. En medio de aquello, se siente a uno: “Abre la puerta” –Con qué la voy a abrir, si yo no tengo…. “Que abras la puerta, ¡carajo!”. Y el pobre viejo que vivía en la misma cuadra, pero más allá, el padre, vino: “Dile que te traigan algo con qué abrir”. Le trajeron una barrena de peso, y él dándole a la puerta, dándole a la puerta. Óyeme y le han dado un fuaquetazo en las nalgas. “Abre que no estás haciendo nada”. Hasta que la abrió.

Otro día hubo aquí en Bayamo una huelga a favor de los Rebeldes. Ese día todo el mundo cerró los negocios y no vendieron nada. Entonces los guardias entraban por la fuerza a las casas y botaban, recuerdo, por ejemplo, los latones de manteca y otros productos a la calle. ¡Abusadores! Eso era lo que eran. A un vecino mío que iba al campo a buscar yuca y luego la vendía en el pueblo en una camioneta, lo cogieron en la carretera y después de golpearlo, un guardia le decía al otro: Orínalo, orínalo.

 Noelvia batalla con la mente y a sus 84 años, recuerda muchísimos detalles del pasado. Los más jóvenes la provocan: ¿Entonces usted tiene memoria?. “Sí, yo recuerdo, yo tengo memoria”. Y es cierto, esta mujer casi centenaria, evoca con la coherencia y precisión de una bordadora. Pareciera que el tiempo le haya dejado incólume el recuerdo. Como aquel noviembre de 1958, en que sintió muy cerca la fuerza incontenible de la Revolución que nacía y se sentó por primera vez en las piernas de un hombre.

Yo me gradué en el año 1957 de maestra normalista. En esa etapa lo que hacíamos era sustituir cuando se podía, un día aquí, un día allá. De forma esporádica era que uno podía trabajar porque aquello era para los políticos. Y bueno, dejé de trabajar en el mes de noviembre porque la guerra ya estaba avanzando por la zona en la que yo trabajaba, Horno Arriba, en una escuela que había abandonado un maestro santiaguero.

Un día se acercó un compañero allí y me dijo: ¿“Maestra, hasta cuándo usted está aquí?”  -Bueno, yo despacho a las 12 y me voy para Bayamo. “Mire, hágase la enferma y dígale a los muchachos que se siente mal, y salga antes que les den las 12”, me dijo. Yo me la llevé, porque yo no lo conocía, pero como ya se escuchaban comentarios en Guisa, pensé: Este tiene que ser algo de… Y en esa forma salí, muy normal, muy tranquila, con la compañera que limpiaba que era voluntaria, pero por el mismo callejón de salir a la carretera, ella se quedó porque vivía por allí y yo seguí.

“Ay mi madre”, me dije. Yo veía a la gente rara, pero no hablaban y en eso, una máquina. Un hombre se me adelanta y le hace seña al chofer. Yo también lo paro, y para sorpresa mía, el hombre detuvo el carro y nos dijo: Monten, monten rápido. Yo me río con los hijos míos haciendo el cuento porque esa fue la primera vez que yo me sentaba en las piernas de un hombre, (algo que en esa época era deshonroso), pero me senté por las circunstancias y cuando pasamos por el puesto de mando que ya estaba alborotao, con tan buena suerte, el que estaba en la carretera dijo: Dale, dale, dale. Y llegué sin problema.

No pasaron una hora o dos, cuenta Noelvia, ya la gente comentaba: “Ay, atacaron a Guisa, están atacando Guisa. Y era que Fidel ya estaba cerca, cerca, cerca”.

Entre las memorias más queridas de esta anciana está el encuentro con Fidel, en Guayabal de Nagüa, apenas un mes después del triunfo revolucionario.

Fidel convocó allí a todo el que era maestro, y nos fuimos unos cuantos de aquí de Bayamo, normalistas, maestros del hogar, todo el que pudo y nos reunimos con él allá. Esa fue la primera vez que estuve cerquita del Comandante, que lo que le elogié fue las manos tan lindas que tenía. Ahí hicimos el compromiso de que seríamos los primeros maestros en apoyar la Revolución en lo que nos necesitara. Ahí fue donde él se reunió por primera vez con todos los campesinos de la zona. Un encuentro hermoso; la euforia esa de tener al líder de los rebeldes junto a nosotros.

Era preciso revolucionar la educación en el país, y comenzaron a organizar a los maestros voluntarios para enseñar en campos y ciudades. Entre esos maestros voluntarios estuvo Noelvia, quien laboró en Juraguá, comunidad del municipio granmense de Veguita.

Allí cuando llegué no había nada. La escuelita era una casa abandonada por el dueño de la tierra, entonces nosotros empezamos a trabajar y la arreglamos, que quedó que no se parecía a lo que era. Los niños semidesnudos, las personas mayores sin preparación ninguna, no sabían leer ni escribir. De día enseñaba a los niños, que algunos tenían hasta 15 y 16 años. Y de noche dábamos clase a los mayores, como a 15 o 20 personas, es decir que nosotros fuimos maestros voluntarios, pero también alfabetizadores, porque ya teníamos la orientación de ir haciendo algo previo a la Campaña. Pasamos un poco de trabajo, pero con deseos de trabajar.

Relacionada con aquella modesta escuelita de Juraguá, Noelvia atesora en su mente una historia muy conmovedora, pues quería ponerle un nombre, y dice que pensó en Pepito Tey, uno de los jóvenes revolucionarios de la clandestinidad, asesinado por los esbirros de Batista, el 30 de noviembre de 1956, y que ella había conocido de vista en Santiago de Cuba.

A la escuela quería ponerle su nombre, entonces le escribí a la mamá de él diciéndole que yo era maestra voluntaria, que tenía una escuelita y que quería si ella me daba el permiso, ponerle el nombre de Pepito a la escuela. Y ella muy atenta me dio su aprobación e incluso me mandó una foto de él, esa que aparece mucho en el periódico, muy personal él. La puse en un cartón grande en la escuela y la dejé allí cuando nos llamaron para la preparación de la Campaña.

Llegó la Campaña de Alfabetización y la joven granmense fue a la vez, responsable técnica de brigadistas y alfabetizadora en Manoplas, un lugar de Bayamo que según rememora, “allí las personas eran muy pobres. En la Calle 4 hicieron la escuela (la Eduardo Chivás que luego nombraron Mártires de Girón, no sé por qué porque Chibás fue un buen revolucionario) y todo eso para atrás era monte. Yo me acuerdo que si a mí me cogía la tarde noche, al pasar yo veía a la gente haciendo la cola para coger el chorrito de agua potable porque había una sola pluma. Y como responsable de unas 14 brigadistas en aquel mismo reparto, las llevaba a las casas de sus acogedores, una por una, y los fines de semana las turnaba y las traía para mi casa”.

En ese tiempo, -desesperado porque ya eran años de espera-, el novio de Noelvia le recuerda su juramento de casarse después que la Revolución triunfara, pero como mujer de fuertes convicciones, le dijo que si la había esperado tanto tiempo, que aguantara un poquito más.

Hasta que yo no trabajara en Bayamo, no me casaría, porque no iba a andar de un lugar para otro. Y el maestro tiene que tener responsabilidad, y más en aquellos tiempos. Además, yo estaba segura que cuando todo estuviera más o menos organizado, que terminara la Campaña vendría otro paso, y el otro paso fue la última y primera oposición para maestros en etapa revolucionaria. Conmigo fueron tres compañeras, entre ellas la hija de Sarría, y en su casa paramos mientras estuvimos en Santiago preparándonos para el examen.

Llegó el día. Fuimos a las oposiciones, ahí era a jugársela, al que mejor saliera, pero todos sabíamos que íbamos a trabajar, porque antes el que se graduaba no tenía un trabajo seguro, iba a trabajar a cualquier lugar, porque las oposiciones antes eran políticas. Regresamos a Bayamo en espera del escalafón. En ese tiempo trabajé en la casa de un señor que nos alquiló un local, y yo trabajaba por la mañana y otra maestra por la tarde. Pasa el tiempo. Me llaman. Voy a Santiago. “Noelvia Olivera Rodríguez, qué número de escalafón usted tenía”. -¿Yo?, no sé, nunca nos dijeron. “Yo le voy a decir el número que usted tenía desde antes”. (Porque analizaron todos los exámenes de oposición que se habían realizado hasta ese momento). “Usted tenía el número 20, le violaron su derecho, usted podía haber estado en una plaza fija de maestra. Pero bueno, ahora sí no hay problema con eso”.

El gobierno revolucionario ubicó profesionalmente a cada maestro, en el caso de ella, en el centro escolar Eduardo Chivás, recién construido. Con la plaza fija en mano y en su mismo pueblo, entonces la bayamesa contrajo nupcias.

Empecé a trabajar en el primer grado. Cada vez que terminaba un curso nos evaluaban. A mí me movieron para el seminternado Carlos Manuel de Céspedes, pero no para el primer grado, sino para el sexto grado. Después hicieron una convocatoria para crear las secundarias básicas y me presenté. Había que estudiar en Santiago y para allá fui a prepararme como profesora de Historia. Ejercí como tal en la Escuela de Comercio. Nos trasladan para la Saco hasta que crearon el ISE, el IPE y la sede pedagógica, que fue donde me retiré. Ahí fue eterna mi vida. Fui directora y subdirectora de primaria y de secundaria (enseñanza en la que más trabajé).

Además de maestra voluntaria y alfabetizadora, Noelvia fue “sindicatera”. En esas aventuras proletarias conoció la loma Sacalengua. “Se creó la organización Frank País de maestros y ahí estaba yo. Todo eso muy bonito, muy bonito, pero echando chispas. Me acuerdo que empezando a trabajar ya de verdad, subimos por la Mina de Bueycito, a pie, como las guerrilleras, para formar las escuelas en la Sierra. No se me olvida que preguntamos por qué le habían nombrado así. -Ah, porque el primer aldeano que subió se le salió la lengua y tuvieron que bajarlo porque se quedó casi muerto”. (BSH)

Tomado de Cubadebate.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *