Cuando el 1ro. de enero de 1959 Fidel Castro Ruz, al frente de sus tropas, avanzaba sobre Santiago de Cuba, y su guarnición de unos 5 000 soldados, para dar inicio a la que quizá habría sido la batalla más cruenta y dura de la insurrección antibatistiana, le resultaba curioso y extraño escuchar por radio que en la ciudad el pueblo se encontraba en la calle con banderas del Movimiento 26 de Julio, dando vivas al líder rebelde y celebrando ya el triunfo revolucionario.
¿Cuáles fueron las circunstancias que conformaron una situación tan paradójica? ¿Cómo se consumó finalmente la victoria en la urbe oriental?
Cinco años, cinco meses y cinco días antes, el asalto a los cuarteles Guillermón Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953, había sido el intento de echar a andar una insurrección popular, que creciera y avanzara hacia La Habana hasta doblegar la resistencia del régimen dictatorial. El éxito del plan descansaba en el factor sorpresa y en la respuesta del pueblo al llamado al combate. La importancia militar del Moncada, unida al simbolismo de Santiago de Cuba y las tradiciones de rebeldía de sus pobladores, hizo que la acción principal tuviera lugar allí, generando el mérito histórico de haber sido el lugar donde se inició esta última etapa de lucha revolucionaria.
Después, con el desembarco del yate Granma en su jurisdicción político-administrativa, la hoy Ciudad Héroe se levantó en armas el 30 de noviembre de 1956, en lo que pudo ser un nuevo estallido insurreccional que posibilitara, con otros pronunciamientos propios del Movimiento 26 de Julio y otras fuerzas, el derrocamiento de la dictadura. Volvió a quedar Santiago, a pesar de que hubo otras acciones, como el símbolo capital de la actividad revolucionaria del país. Los dos momentos más importantes de la lucha contra Batista hasta entonces se habían producido en su perímetro urbano y/o espacio jurisdiccional. Fue un acumulado extraordinario.
Si la inmensa mayoría de los núcleos partidarios de la lucha violenta apostaban al éxito de una operación fulminante en La Habana, en la que el esfuerzo conjunto de conspiraciones militares y cuerpos de civiles armados provocara una rápida caída del régimen, el Movimiento 26 de Julio basaba sus empeños en una estrategia de dos fases, que iniciara con el control parcial o total de la provincia de Oriente, cuyo centro sería la toma de la ciudad de Santiago de Cuba, para desde ahí ampliar el empuje revolucionario hacia el resto de la Isla.
a importancia estratégica de la urbe se puede medir por el diseño y ejecución de la Operación Santiago, la acometida rebelde para su cerco y rendición, que junto con la invasión del Oeste de la Isla, era la más importante operación ofensiva insurrecta en los meses finales de 1958.
La batalla por Santiago de Cuba, ahora no con un ataque por sorpresa como en 1953 ni por un alzamiento interno como en 1956, sino por la aproximación combativa de unidades guerrilleras, dirigidas personalmente por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, tenía potencial para convertirse en el equivalente de la batalla de Ayacucho en la independencia de Sudamérica: decisiva para determinar el final de la guerra de liberación. También es cierto que la distancia de La Habana no necesariamente tenía que saldarse, en caso de victoria rebelde en la ciudad, con la caída de la dictadura. Tomada Santiago de Cuba, aún al régimen le quedaba un margen de maniobra en el teatro de operaciones, en especial por la concurrencia de maniobras neutralizadoras e intervención extranjera.
El demoledor avance guerrillero sobre Santa Clara, a mitad de camino de La Habana, unido al éxito del progresivo aislamiento y cerco de Santiago de Cuba pusieron en jaque al dictador y a sus acólitos. La inminencia de un descalabro fue determinante para que se activaran o apresuraran diversas tentativas con el objetivo de evitar el triunfo revolucionario o conseguir su mediatización. Dentro de las filas castrenses se incrementaron las deserciones, rendiciones aceleradas y propuestas conspirativas. Fidel nunca había sido remiso a la posibilidad de conspiraciones militares que acercaran la caída de la dictadura con un menor derramamiento de sangre, siempre que no comprometieran el cumplimiento del programa revolucionario.
En tal sentido, buscaba que los pronunciamientos militares se produjeran a través de su incorporación a las fuerzas rebeldes y no mediante un golpe de Estado en la capital de la nación.
Por eso accedió a la colaboración incondicional ofrecida por el Jefe de Operaciones del Ejército en la provincia oriental, mayor general Eulogio Cantillo y Porras, el 28 de diciembre de 1958, cuando ya el régimen batistiano se tambaleaba y su derrocamiento parecía cuestión de días. El alto oficial se comprometió a la sublevación de los mandos que le eran leales, en coordinación con las fuerzas guerrilleras. Esto suponía un pronunciamiento conjunto y la articulación de una fuerza común, que avanzara sobre las posiciones enemigas que no se sumaran o depusieran su actitud hostil. Así lo explicaba el Comandante en Jefe:
«Se acordó el plan en todos sus detalles: el día 31, a las 3:00 de la tarde, se sublevaría la guarnición de Santiago de Cuba. «Inmediatamente varias columnas rebeldes penetrarían en la ciudad, y el pueblo, con los militares y con los rebeldes, confraternizaría inmediatamente, lanzándose al país una proclama revolucionaria e invitando a todos los militares honorables a unirse al movimiento. Se acordó que los tanques que hay en la ciudad serían puestos a disposición de nosotros, y yo me ofrecí, personalmente, para avanzar hacia la capital con una columna blindada, precedida por los tanques. Los tanques me serían entregados a las 3:00 de la tarde, no porque se pensase que había que combatir, sino para prever en caso de que en La Habana el movimiento fracasase y hubiese necesidad de situar nuestra vanguardia lo más cerca posible de la capital».
Cantillo, sin embargo, traicionó lo pactado. Fue a La Habana y se dedicó a organizar, de acuerdo con Batista, una conjura contrarrevolucionaria. Para ganar tiempo, le envió a Fidel una nota el 30 de diciembre recomendándole no hacer nada hasta el 6 de enero, porque habían «variado mucho las circunstancias en sentido favorable para una solución nacional». El Jefe rebelde, intuyendo la maniobra, respondió que la nota se apartaba de lo acordado y que quedarían rotas las hostilidades a partir del día y la hora fijados para la sublevación. Una vez iniciado el ataque a Santiago no habría otra salida que la rendición incondicional.
Ante la enérgica reacción, el general Cantillo insistió en que estaba trabajando en una solución nacional, no local, favorable a los intereses de los insurgentes, y les advirtió que debían cambiar el plan y no entrar en Santiago de Cuba. Tal como había ocurrido en 1898, un aliado advenedizo pretendía a última hora hacerse con el poder, escamotear el triunfo popular e impedir el ingreso a Santiago de los verdaderos luchadores por la libertad.
Con informes del carácter inexorable de la ofensiva rebelde en Las Villas y Oriente, el dictador Batista decidió abandonar el poder y huir al exterior. Pasada la medianoche del 31 de diciembre al 1ro. de enero ejecutó el plan: dejó el país a una Junta Cívico-Militar, con el mayor general Eulogio Cantillo como nuevo Jefe del Ejército. El general Cantillo intentó conformar una nueva administración civil, con la convocatoria del «magistrado más antiguo del Tribunal Supremo de Justicia» como «sustituto presidencial», el doctor Carlos Manuel Piedra y Piedra. A la vez intentó apuntalar su autoridad ante los diversos mandos regulares del país, ordenó aplicar un alto al fuego y confraternizar con las tropas rebeldes. Formar un gobierno civil y ganar tiempo con la confraternización de sus desmoralizadas guarniciones militares frente a las pujantes fuerzas guerrilleras, creyó que le ayudaría a consolidar su emergente autoridad, dejándolo en posibilidad de administrar la salvación de la mayor cantidad de resortes del viejo régimen.
Entonces Santiago de Cuba se convirtió en el corazón de los acontecimientos. Donde se inició la insurrección se resolvió el tema esencial: la toma del poder.
La respuesta de Fidel Castro, a través de Radio Rebelde desde Palma Soriano, fue inmediata y contundente: denunciar y desconocer la maniobra en la capital por contrarrevolucionaria, calificándola de golpe de Estado; no aceptar alto al fuego ni confraternización con las fuerzas castrenses; ordenar el avance de las fuerzas insurgentes sobre las posiciones enemigas, solo aceptando parlamento para la rendición incondicional; ordenar que los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara culminaran las operaciones militares en Las Villas y avanzaran sobre La Habana para tomar de manera respectiva la Ciudad Militar de Columbia y la Fortaleza de La Cabaña, las dos principales guarniciones del país; lanzar un ultimátum a la plaza militar de Santiago de Cuba a deponer las armas al final de la tarde o afrontar una cruenta batalla, con la responsabilidad histórica del derramamiento de sangre que se produjera; y convocar a una huelga general hasta la caída total de la dictadura y el triunfo completo de la Revolución.
El mando militar de Santiago de Cuba, a la vez que acató la orden del alto al fuego y confraternización, comenzó a enviar señales de parlamento a la jefatura rebelde. En la tarde de ese día, el responsable militar de la ciudad, coronel José Rego Rubido, se entrevistó en el Alto de Villalón con Fidel Castro, y se expresó favorable a un pronunciamiento conjunto.
Después que el Comandante Raúl Castro acompañó a Rego Rubido al Cuartel Moncada y se reunió con su oficialidad, esta subió a El Escandel a encontrarse con Fidel, con quien selló el acuerdo que evitó una sangrienta y desgastante batalla por el control de la ciudad, que habría facilitado la posible consolidación de los planes contrarrevolucionarios en La Habana. Los oficiales orientales convinieron en «desaprobar el golpe amañado en Columbia (…) y apoyar a la Revolución Cubana». Se produjo entonces la sublevación de la guarnición santiaguera acordada originalmente, ahora no contra el dictador en fuga, sino contra la junta militar instalada en la capital.
Una columna de guerrilleros y militares, con sus jefes al frente, partió en caravana motorizada hacia Santiago de Cuba, donde entró en la noche del 1ro. de enero. Fidel se dirigió hacia el Parque Céspedes, el principal de la ciudad, para, desde el balcón de su Ayuntamiento, hablar a la masa compacta y eufórica allí reunida, y proclamar el triunfo de la Revolución. Por primera vez, después de siete años de dictadura, el dirigente rebelde se comunicaba de manera directa y masiva con una población liberada. El doctor Manuel Urrutia Lleó juró el cargo de Presidente Provisional de la República, y dado su mandato constitucional de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, designó a Fidel Castro como su delegado ante los institutos armados del país. Además, el líder rebelde proclamó a Santiago de Cuba como nueva capital, con carácter provisional, de la República. Esta última decisión retrata la incertidumbre de la circunstancia, el peligro de que en La Habana y en otras ciudades se consolidara una maniobra contrarrevolucionaria. La proclamación tiene la intención de completar una victoria en su fase final, en medio de la situación ambivalente que vive la capital del país: el movimiento clandestino domina instituciones policiales y edificios estratégicos, pero las principales instalaciones militares no han sido ocupadas todavía por las fuerzas rebeldes.
Son momentos críticos y decisivos, que tendrán un saldo favorable en las próximas horas con la rendición de varias plazas militares en el país ante las columnas guerrilleras.
Cierto que otorgarle la condición de capital provisional a Santiago de Cuba perseguía un propósito de materialización de la victoria, pero contenía también un significado simbólico por el papel que había desempeñado en la guerra y a través de la historia revolucionaria de Cuba. (IVP)