En su Preámbulo, la Constitución de la República de Cuba rinde merecido homenaje a quienes con heroísmo y patriotismo lucharon por una Patria libre, independiente, soberana, democrática, de justicia social y solidaridad humana, forjada en el sacrificio de nuestros antecesores.
Nuestra Carta Magna reconoce a quienes despertaron la conciencia nacional y el ansia cubana de patria y libertad, y a los patriotas que a partir de 1868 iniciaron y participaron en nuestras luchas independentistas contra el colonialismo español.
Es el sentir de todo un pueblo que cada 10 de octubre conmemora un nuevo aniversario de ese grito de guerra con el cual, al decir de Martí, “Rompe Cuba el dogal que la oprimía / Y altiva y libre yergue su cabeza”. Asimismo, la fecha fue el momento en el que Carlos Manuel de Céspedes, quien emergía como líder, otorgó la libertad a sus esclavos y los llamó a combatir por la patria.
Comenzaba entonces un proceso, en una sociedad que aún debía madurar en cuanto a su sentido nacional, que tenía fuertes problemas sociales y que necesitaba adecuar sus estructuras a los métodos y formas de su época.
Si bien el Padre de la Patria había otorgado la libertad a sus esclavos, ese tema tuvo sus momentos de avances y de retrocesos por las miradas a la posible atracción de fuerzas disímiles a la lucha independentista. En la Constitución aprobada en Guáimaro se afirmaba la libertad de todos los habitantes de Cuba, lo que era una declaración capital; pero su aplicación no fue inmediata hasta que, en diciembre de 1870, por una Circular de Céspedes, se decretó la abolición en un acto de gran radicalidad.
Después de casi diez años de combate, por razones internas y externas, entre ellas el debilitamiento de las fuerzas en lucha a partir de diferencias, sediciones y otras expresiones que destruían la necesaria unidad, se llegó a la firma de la paz, en el llamado Pacto del Zanjón, lo que Martí evaluó al decir que habían dejado caer la espada, “cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia”.
Ese final no fue aceptado por todos, pues en la zona villareña se mantuvo el combate hasta abril de 1879, en la llamada Protesta de Jarao, cuando depusieron las armas temporalmente, mientras en Oriente se producía el 15 de marzo de 1878 la muy simbólica Protesta de Baraguá encabezada por Antonio Maceo, que reivindicaba los dos grandes objetivos de la revolución: la independencia y la abolición de la esclavitud.
El 10 de octubre, por tanto, fue el inicio de un acontecimiento histórico de gran valor y simbolismo para los cubanos, que también aportó experiencias fundamentales para luchas posteriores. Como afirmó Martí el 25 de enero de 1880, al analizar las causas del fin de aquella contienda con vistas a superarlas para nuevos proyectos, “Ya no se perderá el tiempo en ensayar: se empleará en vencer.”
A partir del conocimiento de las equivocaciones, “La orilla en que se fracasó, se esquiva. Para los corceles, hay nueva yerba. Para sus jinetes, nuevos frutos. Ya se conocen los peligros, y se desdeñan o se evitan. Ya se ve venir a los estorbos. Ya fructifican nuestras miserias, que los errores son una utilísima semilla.” El 10 de octubre de 1868 devino el momento crucial en que, al fin, rompió “Cuba el dogal que la oprimía”, dando inicio a un extraordinario proceso revolucionario que tendría continuidad en años posteriores, como se afirma en el Manifiesto de Montecristi: “La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, (…).