Julio Antonio Mella era probablemente el revolucionario más odiado por el dictador Gerardo Machado, quien no ocultó sus intenciones homicidas cuando -ante los argumentos para que lo liberara de una detención arbitraria- le expuso a su abogado Rubén Martínez Villena: “Yo no sé lo que es comunismo, ni anarquismo, ni socialismo. Pero a mí no me ponen rabo ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas, ni Mella. ¡Y lo mato! ¡Lo mato!”.
Ante la amenaza, Mella declaró: “No le tengo ni un ápice de miedo a la muerte, lo único que siento es que me van a asesinar por la espalda”.
Aquel vaticinio desgraciadamente se cumpliría el 10 de enero de 1929, en la capital mexicana, donde se encontraba exiliado y en los preparativos de un plan insurreccional.
En la noche de ese día paseaba despreocupado con Tina Modotti, revolucionaria y fotógrafa italiana, cuando esbirros de la dictadura machadista le dieron dos balazos por la espalda. Solo le dejaron el tiempo para decirle a su amada ya en el suelo: “Machado me mandó a matar. Muero por la Revolución. Tina me muero”. Dentro de dos meses cumpliría 26 años.
Los asesinos viajaron a México con la complicidad del embajador cubano en ese país, y el de la Isla en Washington, desde donde el Gobierno de EE.UU. estaba al tanto de la siniestra trama, lo cual fue demostrado años después en una investigación basada en documentos de la época por los escritores cubanos Adys Cupull y Froilán González.
Posterior al crimen se proyectó una campaña en la prensa de derecha, azteca y cubana, que hoy calificaríamos de fake news para repetir hasta el cansancio que “El Gobierno cubano de Gerardo Machado no tiene nada que ver con la muerte de Mella”.
Promovieron la mentira de que fue víctima de un crimen pasional y que Tina Modotti era una mujer de dudosa decencia, que reaccionó con frialdad ante el trágico episodio y en sus declaraciones policiales tuvo contradicciones sospechosas.
Modotti no se amilanó y expresó: “(…) Machado, una caricatura de Benito Mussolini, ha cometido un nuevo crimen, pero hay muertos que hacen temblar a sus asesinos y cuya muerte representa, para aquellos, el mismo peligro como su vida de combatientes”.
Mella en poco tiempo se consagró como uno de los más capaces líderes revolucionarios de talla continental, que se inició en las luchas estudiantiles, pero comprendió que la verdadera redención social se alcanzaba con el cambio de todo el sistema pro imperialista predominante en su Patria y en América Latina.
Su rápida madurez política lo llevó a ser fundador del primer Partido Comunista, con solo 22 años en 1925, pero la represión del gobierno hizo que en 1926 lo expulsaran de la Universidad y tuvo que partir al exilio en México.
En ese país colaboró con el Partido Comunista Mexicano, la Internacional Comunista continental y realizó viajes a reuniones de esa organización en Rusia y Bruselas, pero no dejó de relacionarse con los movimientos revolucionarios de la región y aplicó creadoramente el marxismo leninismo a las particularidades históricas y sociales de nuestros pueblos latinoamericanos, para lograr su propio camino hacia el socialismo.
Esa proyección le creó incomprensiones y hasta ataques dentro de las corrientes dogmáticas del movimiento comunista internacional, que tanto daño le hicieron a la unidad de las fuerzas revolucionarias, aunque para la dictadura de Machado y el imperialismo yanqui estaba muy claro que el joven líder era el principal peligro y decidieron su asesinato.
Aun después de fallecido siguió siendo el mayor símbolo y ejemplo de unidad y lucha del estudiantado y las fuerzas revolucionarias, como quedó patentizado bajo la dictadura de Fulgencio Batista el 15 de enero de 1953, cuando en ocasión del ultraje a su busto frente a la Universidad de La Habana, se realizó la primera multitudinaria manifestación encabezada por los estudiantes contra la tiranía.
En ese histórico día fue herido mortalmente Rubén Batista, estudiante de Medicina, el primer mártir de la nueva etapa de lucha que sería decisiva para el triunfo de enero de 1959.