El desempelo en Latinoamérica crece. Foto: Archivo

Términos como desempleo, desocupación, paro o cesantía indican que se carece de trabajo remunerado y por tanto de salario. Quienes se encuentran en esta condición son parte de la población con capacidad y disposición de trabajar, pero sin empleo.

Este fenómeno, creciente hoy, constituye uno de los indicadores de la crisis a la que deben responder los Estados, una crisis sistémica y de muchas aristas a la cual no escapan la América Latina y el Caribe. Aunque el desempleo en la región es comparable al de los países desarrollados ya que es un rasgo estructural característico tanto de países desarrollados, en desarrollo como emergentes.

Puede un país tener una tasa de desempleo relativamente baja, lo cual suele ser identificado como un buen indicador, pero esto en verdad enmascara una realidad muy terrible para aquellos que la padecen. El mayor número de desempleados generalmente está concentrado en grupos poblacionales específicos. La tasa en las mujeres, por ejemplo, es mucho más alta que en los hombres; son muy afectados los jóvenes en relación con los trabajadores en edad primaria y estos con relación a la edad secundaria. Los más perjudicados son los grupos más pobres por la distribución de ingresos, entre ellos, los negros y los migrantes en las grandes potencias.

Es recurrente en los estudios la relación del desempleo con el nivel educacional, destacándose en este análisis que, para el individuo con el valor promedio de educación y experiencia, la probabilidad de estar desempleado es la misma que la tasa de desempleo total. La educación aumenta la probabilidad de estar desempleado, aunque no de forma lineal: es baja generalmente para los grupos con muy altos o muy bajos niveles de educación. Visto así, un individuo con nivel de educación secundaria tiene mayor probabilidad de estar desempleado que uno no calificado. Los grupos que han alcanzado cierto nivel de educación, asociados generalmente a altos ingresos, pueden entonces padecer una larga búsqueda de trabajo y por tanto, registran mayores tasas de desempleo.

Otros estudios informan sobre la desigualdad de la afectación según los grupos, ya sea por edades, razas y géneros, coincidiendo en que, la mujer, joven, soltera, negra y, además, con bajo nivel de educación es la más afectada en la región. Como explica Gustavo Márquez: “… son las mujeres jóvenes y poco educadas las que registran las mayores duraciones de desempleo”.[1] Investigaciones realizadas apuntan que las mujeres son un poco más de la mitad de la población, sin embargo, menos del 40% son trabajadoras.

En el año 2018 el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) da cuenta de que: “la evolución de los principales indicadores del mercado de trabajo en la región reflejan un leve avance con respecto al año anterior, incluyendo un cambio de tendencia en la tasa de desocupación, que volvió a bajar tras tres años de alza”.[2] Este informe, además, brinda la información del crecimiento del empleo asalariado y los niveles de remuneración. La participación de la mujer mantenía la tendencia al alza, no obstante, con una diferencia notable en relación con la participación de los hombres. El análisis incluía también la persistencia de una situación desventajosa para los jóvenes, con una tasa cercana al 20%, lo cual se traduce en que uno de cada cinco jóvenes que busca empleo no lo consigue. Cuando hablamos de tasa de desocupación en el año 2018, hablamos de 25 millones de desempleados, sin contar que 140 millones de personas tienen ocupaciones precarias con desprotección laboral total.

En el año 2019, y también según reportes de la OIT, la diferencia de la tasa de desocupación es mínima con respecto al 2018. Se reportan 25 millones de desempleados, se mantienen los jóvenes entre 15 y 24 años con impactos negativos en las condiciones laborales, aumentando ligeramente en este grupo el desempleo. La segregación ocupacional según género es permanente y aunque se dice que se estrechan las brechas de participación laboral, desempleo y ocupación, esto sucede muy lentamente, por lo que no se muestra un cambio significativo entre ambos periodos. De modo que la situación del trabajo y el empleo en la América Latina y el Caribe, se mantuvo casi sin variación durante los años que preceden al inicio de la pandemia, una situación que desde siempre ha sido tremendamente alarmante y que hoy, en medio de un panorama caracterizado por la globalización neoliberal, genera desafíos insalvables para nuestros pueblos.

En abril de 2020, el periódico El País, anunció que la pandemia provocaría una caída del empleo del 7% en todo el mundo. Nuestra región no quedaría de ningún modo exenta de este pronóstico. Los especialistas del tema han planteado que es esta la “crisis más severa desde la Segunda Guerra Mundial”.[3] A partir de este momento no se vuelve a hablar de la crisis de 2008 ni de la Recesión, ni de ningún otro acontecimiento o instante, no hay nada que se le compare al momento que estamos viviendo.

Una vez más el impacto mayor lo reciben los trabajadores informales, trabajadores no protegidos. La generación de ingresos de este sector será nula, por lo que se ha declarado como el más vulnerable de la economía. Este sector, que responde a la economía informal, tampoco podrá recibir garantías salariales, ni cheque de bonificación, ni seguridad social.

Un estudio de la OIT, divulgado en mayo de 2020, expuso que la juventud se ve afectada de forma desproporcionada por los efectos económico-sociales de la emergencia sanitaria. Más del 16% de los jóvenes no trabaja desde el inicio de la pandemia de la COVID-19, y los que han logrado mantener el trabajo se les ha disminuido las horas en un 23 %. Los jóvenes sufren mucho más la situación de la crisis, ya que no solo pierden su empleo, sino que esto conlleva que se dificulte su acceso al sistema educativo y de formación. Aquellos que buscan entrar al mercado de trabajo o cambiar de empleo en función de su desarrollo se ven totalmente limitados. Los estudios realizados durante la pandemia reafirman una vez más que dentro de los jóvenes las mujeres son la más afectada.

El boletín digital Noticia ONU, del 27 de mayo de 2020, insistía en que “…los trabajadores del continente americano son los que más han sufrido el impacto económico de la pandemia en cuanto a horas de trabajo, con una baja de 13,1% a partir de abril…” En la primera mitad del año en curso ya se habían perdido el equivalente a 400 millones de empleos de tiempo completo debido a la crisis sanitaria, un número mucho más alto que el previamente estimado.[4] No se prevé una mejor situación en largo tiempo, incluso se ha considerado que pudiera sobrevenir una pérdida continua de empleos a gran escala.

Por su parte en los Estados Unidos, el gobierno y los legisladores republicanos se han enfocado en el empleo con la esperanza de que la gente que esté trabajando gaste más dinero para poner en marcha la economía. Este fundamento, aunque cierto, es también una simplificación del estado de la economía estadounidense ya que más de 45 millones de trabajadores han perdido su empleo en ese país desde que comenzó la pandemia, otros se han mantenido bajo un riesgo incalculable en las calles, y un enorme número no podrán regresar a sus trabajos porque ya no están.

En la medida que la pandemia se agudiza se deprimen las economías, aumenta la pobreza y la desigualdad y con ellas las tensiones sociales y la polarización.

Es muy contrastante la realidad en Cuba. No exenta de situaciones difíciles, la isla mayor de las Antillas no conoce la palabra desempleo. El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social del país, en correspondencia con las posibles situaciones que en materia laboral causaría el impacto del nuevo coronavirus, estableció el tratamiento laboral, salarial y de seguridad social, teniendo como premisa que la protección a los trabajadores estaría garantizada. En función de cumplir con esta máxima, estudiaron y diseñaron un modelo de forma tal que los trabajadores y sus familias recibieran el amparo necesario con el menor perjuicio posible.

Durante el confinamiento por el coronavirus, un grupo de trabajadores imprescindibles, entre ellos médicos y personal del sector de la salud en general, vinculados al aseguramiento de los servicios básicos y de la alimentación del pueblo y otros, han mantenido su trabajo y el pago correspondiente.

A los trabajadores vinculados a labores no imprescindibles, se les garantizó como primera opción la reubicación hacia sectores que continuaran sus labores. En el caso de que esto no fuera posible, el trabajador quedó interrupto, lo que se traduce en que no pierde ni su plaza, ni su ubicación, el primer mes devenga el total del salario y a partir del segundo mes el 60% del mismo, por el tiempo que dure la situación epidemiológica o mientras la labor que realiza no se reinicie. Igual tratamiento se le dio a todo aquel trabajador que por sus condiciones de salud o su edad constituía personal en riesgo de contraer la enfermedad, en estos casos cada centro creó las condiciones para que fuera sustituido temporalmente y que mantenga las mismas condiciones que el trabajador interrupto.

Al comenzar la larga contienda de la pandemia, una cantidad de trabajadores había salido del país por interés de la institución a la que pertenecen o por razones personales autorizado por esta y quedaron varados en el exterior, dichos trabajadores tampoco han pedido su estatus laboral, aunque estén fuera del país por un tiempo mayor al previsto.

Estos ejemplos, que hacen diferente el modo en que Isla enfrenta la crisis provocada por la pandemia, quizá podrían parecer incomprensibles a algunos economistas, pero son un hecho y singularizan la capacidad de respuesta organizada de nuestro país, enfocada en el ahorro, la prudencia, la reflexión ante cada situación y la colaboración entre sectores. La subvención por parte de los Ministerios forma parte de esa estrategia y ha permitido que ningún trabajador quede sin empleo y protección.

Cuba aboga ante la OIT por la cooperación y la solidaridad, para que la garantía salarial alcance a todos en materia laboral y nuestro gobierno ha expresado que:

“Ante los efectos devastadores de esta pandemia, es necesario velar por la recuperación económica, por el sustento de los trabajadores y por el bienestar del ser humano. La Protección debe ser plena para todos los trabajadores, sin distinciones entre sectores o ramas”.[5]

En función de hacerlo realidad se aprobaron en el país 36 medidas en materia laboral, salarial y de seguridad social para todos los trabajadores, las cuales son más amplias que las ya existentes atendiendo a la situación excepcional y además abarcan las distintas formas de producción.

No se puede dejar de señalar, y es por ello que pueda resultar increíble lo que se ha logrado, que todas estas medidas se toman en una situación de recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero por parte del gobierno de los Estados Unidos, el cual insiste en implementar medidas coercitivas unilaterales, consecuentes con una prepotencia sin igual, incapaz de advertir que en momentos como estos se debe priorizar la colaboración y la solidaridad entre todos los países del mundo.

Muchos hablan de la etapa pos-covid, algunos países están comenzando a reanudar las actividades, pero no se vislumbra aún la solución definitiva. La recuperación será un proceso lento y en muchas partes del mundo, sobre todo de la América Latina la pospandemia ni siquiera ha comenzado pues aparecen nuevos contagios cada día y las cifras en muchos casos no son confiables.

Indiscutiblemente, la vuelta a la llamada nueva normalidad se impondrá y la actividad económica retornará gradualmente. Pero la vida será muy distinta para los trabajadores e incluso para las empresas. El desempleo subempleo no desaparecerán. Por el contrario, se supone que las condiciones del mercado laboral puedan empeorar pues irán disminuyendo las medidas de emergencia por parte de los gobiernos.

Las estrategias de salida para los distintos sectores tendrán que ser diferentes, pues algunos se recuperarán más rápido que otros, ya que no todos los empleos están sometidos al mismo grado de medidas restrictivas y limitaciones. El apoyo a todos los trabajadores no ha sido ni será igual en los distintos sectores y áreas de trabajo.

Según los analistas, los trabajadores que comienzan a buscar trabajo durante una recesión se ven afectados por los impactos negativos en el empleo y los ingresos. En ese caso están los trabajadores jóvenes que buscan empleo por primera vez y también los que quedaron desempleados poco tiempo después de iniciar su vida laboral. Cuanto más tiempo permanezcan sin empleo o subempleados, más difícil será revertir los aspectos negativos y el impacto que sobre ellos ha causado la crisis a causa de la Covid.

Las respuestas a la crisis no suelen estar en las mesas de los gobernantes. Es imprescindible buscar soluciones desde abajo, reflexionar sobre cómo manejar las estrategias de recuperación de forma tal que abarquen a los sectores más afectados. La mal llamada etapa pos-Covid aún no existe. La crisis, tanto económica como epidemiológica, se mantendrá por mucho tiempo. Las peores consecuencias no serán para las potencias ni para las grandes empresas; los pueblos y las masas trabajadoras, los de abajo, llevaran las de perder. Satanizado por los poderosos, el ejemplo humanista de Cuba se abrirá paso.


[1] Gustavo Márquez: “El desempleo en América Latina y el Caribe a medidos de los 90”. Documento de trabajo del Banco Interamericano de Desarrollo, p. 23.

[2] Panorama Laboral 2018 América Latina y el Caribe. 25 años. Organización Internacional del Trabajo, p. 11.

[3] Manuel V. Gómez: “La Pandemia provocará una caída del empleo del 7% en todo el mundo”, 7 de abril de 2020.

[4] “La pérdida de empleo por COVID-19, peor de lo que se esperaba”, Noticas ONU, 30 de junio de 2020.

[5] Intervención de la Ministra de Trabajo Marta Elena Feitó, en la cumbre de la Organización Internacional de Trabajo, 9 de julio de 2020.

Suilán Rodríguez Trasanco

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