Se amplió de voz y se redujo al apellido, porque aunque su nombre, compuesto además, ha llenado muchísimos reconocimientos, basta decir Molina, para que cuantos hacen radio en Cuba, y periodismo en general, sepan de quién se habla.

Es hijo de Los Palos, un pueblo pequeñito al que regresa siempre en busca de los suyos, pero hace muchos años Güines lo adoptó, y fue en la ciudad donde encontró el amor y su casa grande: la emisora de radio.

A quien fue estudiante de periodismo en la Universidad de La Habana, la caza de lo novedoso, la perspicacia en el análisis, la firmeza en la voz, nunca se le han quitado.

Tal es su conexión con lo que acontece, que nadie dudaría que la noticia lo encuentra, y no al revés. No perdió un minuto de su estancia en Venezuela durante la misión internacionalista, quería y necesitaba dar a conocer cuánto veía y le sucedía alrededor.

En su sala repleta de cuadros recibe las visitas de los sueños tempranos, muchachos que como yo acudimos a él porque el periodismo ha encendido la chispa, pero su café es también de los amigos, de los colegas y de cuantos le profesan ese aprecio fácil de dar a alguien como él.

Es entonces cuando los ladridos de sus pequeños Siro y Rocco, ponen música al encuentro. De la exigencia pueden hablarnos cuantos han trabajado de su mano, porque no admite la baratija cuando de la profesión se trata, desecha a la primera el que cataloga: lenguaje de barricada, y se pone del lado del oyente, sabiendo qué lo llama, qué le urge, y qué necesita conocer.

Entonces viene febrero, mes que además del amor celebra el Día Mundial de la Radio, y es preciso hablar de Carlos Luis Molina Labrador, él que combina en la vida y en la profesión esas dos fechas.

Si de retos actuales se trata y de caminos certeros, su palabra inspira una confianza tremenda, porque pienso que después de tantos años, el periodismo es quien habla por su voz. (BSH)

Adriana Fajardo Pérez

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