A 125 años de distancia con su muerte física, pareciera que el Apóstol no creyera en tiempo alguno, y saliera con la tinta renovada a escribirnos la fuerza del futuro.

Cuando los niños declaman sus poemas, Martí renace, cuando van a la casa donde nació y preguntan, cuando les regalan La Edad de Oro, cuando lo ven en las pinturas y lo reconocen, por eso, al repetirse tanto esos hechos cotidianos, el héroe se levanta y sonríe día tras día.

Su alma circunda nuestra esencia, en esa profundidad donde la cubanía es intocable, porque el Apóstol es también eso, orgullo de haber nacido aquí, en medio del Caribe, en una tierra que ha parido hijos como él.

Lo leemos en prosa y en verso, Martí conmueve, evoca y anima, vivió mucho más que cuarenta y dos años, y es imposible definir cuánto más vivirá.

Por aquel hombre de letras claras y convicciones inquebrantables, a cien años de su llanto primero, los jóvenes de la Generación del Centenario hicieron Patria, inspirados en la lealtad absoluta al legado de Martí.

El hijo de Leonor y Mariana, el de las canteras, el anillo de “Cuba” y el traje oscuro, no es hoy ni siquiera recuerdo, es presencia palpable, compañía permanente, guía precisa.

A 125 años de distancia con su muerte física, pareciera que el Apóstol no creyera en tiempo alguno, y saliera con la tinta renovada a escribirnos la fuerza del futuro, porque él siempre ha sido el lugar al cual recurrir ante todas las batallas.

Confiamos en el poeta, el viajero, el preso, el hijo, el padre, el amigo, el cubano, confiamos en su capacidad casi única, de que la doctrina de un hombre perdurara en sentido más allá de su tiempo.

Vuelve a ser 19 de mayo, Martí no termina de escribir su carta a Manuel Mercado, pero el testamento político estaba ya con creces plantado en las raíces de la historia, y ha ido floreciendo de siglo en siglo. (LHS)

Adriana Fajardo Pérez

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