“Yo no trabajo, soy ama de casa”, así escuché decir a la nueva vecina. Su patio colinda con el mío y muro de por medio, no sé si es rubia o morena.
Ella, a quien conozco sólo por los sonidos y olores de su hogar, se levanta bien temprano en la mañana, mientras la lavadora da vueltas, prepara el desayuno de su hijo mayor y la más pequeña reclama desde la cuna.
Antes de que el sol caliente, los pañales ondean blancos como masa de coco, la olla de presión ablanda el almuerzo y el coche se alista para salir de bodega.
Tiene que llevar a la niña consigo, no puede esperar. Yan Carlos viene a almorzar a las 12 y media, no tiene seminternado porque ella no trabaja.
Cuando rondan las diez de la mañana, los verbos en infinitivo se ubican en fila india: fregar, limpiar, sacudir, planchar, recoger, doblar, en fin dejarlo todo listo para cuando los demás lleguen.
A mujeres como ellas, les llaman amas de casa, los demás creen que no trabajan, después de todo, no tienen un horario, un jefe, no traen dinero cuando termina el mes y por eso no tienen la última palabra.
Amas de casa, calificativo que de tan repetido parece natural. Se les considera población inactiva. Los valores económicos creados por ellas no aparecen en las cuentas nacionales ni en el producto interno bruto, sin embargo analicemos cuantas agotadoras faenas de trabajo invisible, hay detrás de un título, una proeza laboral o los libros impecablemente bien forrados del pionero?
Ellas si trabajan y mucho
El proyecto del Código de las Familias reconoce el valor económico del trabajo en el hogar, incluido el cuidado de niños y de personas en situación de discapacidad, de aprobarse próximamente en referéndum popular estaremos dando otro importante paso en el logro de una sociedad más justa e inclusiva para todos.