Omar Mirabal Navarro, El Cantor del Mayabeque

Mayabeque, Cuba: Para una buena parte de los amantes de la décima, Omar Mirabal Navarro, El Cantor del Mayabeque, es el mejor poeta de Cuba, algo que dice mucho de su calidad y aceptación.

Y si bien, son varios los nombres que se manejan en este sentido, el de Omar nunca falta. Y es que el nacido en Güines en 1955, no solo tiene el aval de haber conformado con Jesusito Rodríguez El As de la Metáfora, la pareja de improvisadores más completa y mediática de los últimos tiempos, también ha sido, sobre todo tras la muerte de Chanchito, el poeta con el que todos necesitan contender para probarse, para saber en qué escalón del Parnaso se encuentran ubicados.

Nadie como Omar ha encarnado en una sola persona el espíritu de Jesús Orta Ruiz El Indio Naborí y Francisco Riverón Hernández, al extremo de dejar de ser un “poeta beaker”  y convertirse en un “poeta patrón”, en un poeta modélico, siendo quizá su mayor mérito haberse mantenido en la preferencia del público durante alrededor de cuarenta años, aun cuando ha aparecido improvisadores tan aclamados y contundentes como Ernesto Ramírez (ilustre coetáneo suyo quizá menos favorecido por los medios), Juan Antonio Díaz, Luis Quintana, Héctor Gutiérrez, Irán Caballero, Yoslay García, Oniesis Gil o Leandro Camargo, por mencionar algunos de los más cotizados.

En su caso no creo que se deba hablar de un cantor guajiro, más que eso, Omar es un poeta cubano en el más amplio sentido del término, aunque en el tema campesino alcance un nivel digno de ser avalado por los grandes maestros de nuestra poesía popular, y consiga colocarse a una altura referencial.

Las Nubes

Las nubes tienen el don

De formar paisajes bellos

A veces forman camellos

Y a veces caballos son.

Pero en días de ciclón

Revueltas y atolondradas

Se ven pasar en bandadas

De diferentes tamaños

Como si fueran rebaños

De ovejas amenazadas.

Cuando la nube dispara

Su goterío remoto

Se parece a un huevo roto

Que va destilando clara.

El sol esconde su cara

Detrás de oscuros crespones

Y roncas detonaciones

Se van perdiendo despacio

Como si por el espacio

Fueran rugiendo leones.

Cuando de nube viajera

Desciende el reptil de un rayo

Para enredarse en el tallo

Vertical de la palmera

Le quema la cabellera

Con fúlgida llamarada

Y la palma calcinada

Después del impacto ese

Vista de lejos parece

Una sombrilla cerrada.

Cuando las nubes lejanas

Proyectan un aguacero

En el piano del alero

Parecen teclas las ranas.

Los charcos son palanganas

Donde se bañan los patos.

Y los presumidos gatos

En un rincón se recogen

Para que no se les mojen

Las suelas de sus zapatos.

Estoy seguro de que nuestros poetas románticos decimonónicos lo hubieran consentido y coronado. Las décimas de Omar son de una exquisitez y una cubanía inigualables, desde la construcción hasta las asociaciones y los códigos y términos empleados.

Es cierto que en una ocasión le reproché cierta pereza improvisadora, pereza que percibí condicionada por su manera de cantar, incapaz de comprender que ahí precisamente radicaba su encanto. Omar le imprime a su tonada un aire de parsimonia que por momentos denota cansancio y que precisamente lo distingue en un arabesco melódico personal. Y he ahí el detalle de por qué su acoplamiento con Jesusito resultó tan efectivo, se trata de dos estilos contrapuestos pero que se complementan de forma indisoluble, siendo las parejas de Justo Vega y Adolfo Alfonso, Luis Quintana y Juan Antonio Díaz, y Héctor Gutiérrez y Aramís Padilla, las más acertadas en esta dirección, todas las demás les quedan inferiores.

La décima de Omar es un mazazo, “la rotundidad de tirar la llave al estanque” propugnada por Lezama. Sin su presencia no se puede escribir la historia de la décima improvisada y cantada en nuestro país.

Juan Carlos García Guridi