El 25 de marzo de 1895, José Martí y Máximo Gómez se encontraban antes de embarcar hacia Cuba en el pueblo de Montecristi, en República Dominicana, donde firmaron un manifiesto con el nombre de esa localidad, elaborado principalmente por El Maestro y que reflejaba a su vez el sentir del Generalísimo, Antonio Maceo y otros dirigentes.
Ese documento anunciaba al mundo las razones de la guerra en la Isla, iniciada el 24 de febrero de ese año, para lograr su independencia.
Por primera vez en nuestra historia patria se dirigían las fuerzas revolucionarias gracias a la concertación de una organización superior, el Partido Revolucionario Cubano, que aglutinó el liderazgo de los líderes veteranos, en unión de las nuevas hornadas de patriotas, lo cual tenía el propósito de evitar problemas de división y caudillismo presentes en las dos contiendas anteriores que hicieron fracasar los anhelos independentistas.
En el contexto internacional de finales del siglo XIX pocos proyectos proclamaron con tanta claridad como el Manifiesto de Montecristi los principios para iniciar una insurrección, que solo sería “terminable por la victoria o el sepulcro” y conducida por próceres sin odio.
Una parte del texto decía: “Cuba vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno; o de cultura mucho mayor, en lo más humilde de él, que las masas llaneras o indias con que, a la voz de los héroes primados de la emancipación, se mudaron de hatos en naciones las silenciosas colonias de América.”
El documento se adelantó a su tiempo y alertó sobre las sanguinarias dictaduras que luego proliferaron en la arrancada del siglo XX en el continente, con el surgimiento de las clases explotadoras nacionales nacidas de las viejas estructuras colonialistas. Analizaba críticamente el pasado de los procesos independentistas latinoamericanos de inicios del siglo XIX, frustrados por el caudillismo y guerras civiles fratricidas.
Igualmente denunció y rechazó el racismo, el miedo al negro, factor que contribuyó al Pacto del Zanjón y a la conclusión de la contienda de los Diez Años y alertó: “La Revolución, con su carga de mártires desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua en la isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar por los beneficiarios del régimen de España, el miedo a la Revolución”
El nuevo proyecto libertario no pretendía ninguna intervención militar extranjera para concluir la guerra que en aquel contexto solo podría ser la de Estados Unidos, lo que se evidencia en su afirmación de que:
“Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les respetará. Al acero responda el acero”.
Ese ideal antimperialista del Apóstol, esbozado en Montecristi, poco después fue claramente completado y expresado en carta a su amigo Manuel Mercado, horas antes de caer en combate el 19 de mayo de 1895, circunstancia que dejaría inconcluso su legado para construir una Cuba verdaderamente independiente.
Desde entonces aquellos principios de rechazo al imperio recogidos someramente en el Manifiesto, se incluyeron y profundizaron en su memorable misiva en la que confiesa que toda su obra y lo que hará es para impedir la extensión a Latinoamérica del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”.
Ese legado eterno de la Patria mantiene plena vigencia para los tiempos actuales y futuros de Cuba en su lucha. (ACN)
Redacción Digital
Equipo de redactores del sitio web de Radio Mayabeque