Lídice en su país de las maravillas

Lídice Artiles Izquierdo conoció su propio país de las maravillas cuando la pandemia del coronavirus. A ella no le sucedió exactamente como a la Alicia de Lewis Carroll, ni en su descubrimiento se topó con un Gato Sombrerero ni una Reina de Corazones. Le pasó algo mejor: se apasionó por los cactos.

En aquellos meses interminables de encierro, cultivar y conocer este tipo de plantas la ayudaron a vencer el hastío, domar los relojes y reconocer que tenía, como su padre, un don para la jardinería.

El cultivo de los cactos no es tan fácil como suelen decir,  entendió en la misma medida que poblaba su jardín de las más disímiles variedades.

Aunque se han ganado la fama de invulnerables porque algunas especies sobreviven en los ambientes más hostiles, otras, sin embargo, pueden ser muy frágiles si no reciben en proporciones adecuadas iluminación, sol, humedad, agua. Eso lo aprendió Lídice estudiando y escuchando los consejos de personas con más horas de vuelo en este mundo. “Yo solo soy una aprendiz”, dice con modestia la mujer de 41 años de edad.

Luego se interesó por las suculentas, igual de hermosas que los cactos, y comenzó a sembrarlas también. El secreto del buen jardinero es la observación diaria, declara.

En febrero de este año, Lídice, tuvo un accidente de tránsito y aunque no sufrió traumas importantes comprendió, como nunca antes, lo maravilloso de estar viva. Desde entonces, su curiosidad se encendió y el deseo de cultivar fue mayor. Mientras se recuperaba espiritualmente de aquella experiencia, tropezó con los minijardines en las redes sociales, herramientas digitales que, subraya, bien usadas dispersan la bondad como el viento a las semillas.

Decidió hace menos de seis meses crear el grupo de wasap Misucucactos, que, además de concebirse como un exhibidor y tienda virtual, es a la vez aula, libro y camino para reencontrarse con la naturaleza y con uno mismo.

En macetas de diversas formas, tamaños y texturas, Lídice, construye como pequeños planetas donde pueden encontrarse combinados cactos y suculentas en medio de un paisaje decorado con objetos minúsculos de plástico: bancos, fuentes, casas, farolas, animales, caminos fluorescentes…..

Confiesa que con los minijardines ha vuelto a ser niña y creer que existen los duendes y las hadas. En ello radica precisamente el éxito de la también repasadora de inglés y madre de dos hijos.  No solo ha logrado con el buen gusto de sus decoraciones ambientar  jardines, balcones y terrazas de muchas familias de San José de las Lajas y otros lugares. Lo más significativo, pienso, es  que los minijardines ayudan a reparar la capacidad de soñar.  Al observar sus trabajos me asalta la sensación deliciosa de que puedo hacerme pequeñita y pasar un rato en esos lugares de ensueño donde, quien sabe, pudiera tropezarme con el Principito, su rosa y la zorra.

Sin dejar de lado este pasatiempo y manera tan noble de buscarse la vida Lídice expresa que le gustaría cultivar orquídeas, platicerios, helechos, adenium…. Otra idea que acaricia, es encontrarse con las personas que le escriben y que, a fuerza de ternura, ella ha logrado domesticar.  

Pudieran organizar  un taller, un encuentro de amigos del planeta, sugiere…..o quien sabe si todos  terminen siendo buscados por la policía porque se escogieron y decidieron quedarse a vivir en los minijardines de su anfitriona. Esto último, es una broma. Aunque…cualquier cosa puede pasar en el país de las maravillas de Lídice. (rda)

Marlene Caboverde Caballero