La vocación del maestro

Hace pocos días, dos señoras conversaban acerca de la preparación escolar de sus hijos. Una de ellas decía de manera despectiva: “Mi hijo no va a alcanzar un IPVC ni en sueños. La maestra que le acaban de poner es emergente; imagínate lo demás”.

No había tenido la oportunidad de conocerla, pero ya daba por sentado que, como instructora, no tenía nada bueno que ofrecer. Del mismo modo en que en todos los tiempos han existido cursos emergentes, como aquella gran campaña de alfabetización, también en cualquier época han habido maestros que hacen de sus clases y del proceso de enseñanza-aprendizaje algo fascinante, gratificante y placentero.

Puede que ese joven profesor, al que hoy nos sorprende, mañana nos deleite con una clase magistral. No nos detenemos a analizar que dar un voto de confianza a quien realmente lo merece y tiene la vocación es un gran paso para brindar ayuda.

Los maestros, además de impartir materias, moldean las almas, inspiran, potencian lo mejor de cada alumno, alientan la imaginación, la autonomía de pensamiento y acción. Logran hacerse querer por sus discípulos y entran en sus vidas por la puerta grande del corazón, que es la manera más segura de llegar para quedarse.

Maestros bien preparados es una misión de las universidades, las escuelas pedagógicas y el Ministerio de Educación, pero todos podemos ayudar. Por ejemplo, podemos hacer que el jugar de pequeños a la escuelita se convierta en una vocación auténtica y duradera. Podemos enaltecer la que es madre de todas las profesiones y restaurar la autoridad del maestro, esa que jamás pensó verse rodeada de insultos o reclamos violentos. Repito, podemos todos, principalmente la familia.

La educación en Cuba es una inversión y no un gasto. Probablemente, como ningún otro país, la asume así desde hace más de medio siglo. Cuidémosla. Aquí es gratuita y de calidad. Por ella, se lanzan millones a las calles en el mundo entero. Aquí, contra viento y marea, la Revolución la garantiza como derecho indispensable de cada ciudadano. Preservar ese derecho conquistado es un deber y está en nuestras manos.

Yahilka Hernández