Todo se originó aquel lunes 15 de enero de 1940 como un rapto docente: abrir la semana con una fundación por el saber, por la escuela como fragua, por el estudio como premisa del taller. Así nació entonces la Sociedad Espeleológica de Cuba, conectada con tareas inacabables, como si predijera el sino de su tiempo por venir.

Como se apunta en cualquier referencia, se originó en una impronta propiamente juvenil. El futuro científico, Antonio Núñez Jiménez, tenía apenas 16 años. Nombres ilustres inspiraban al muchacho y a sus compañeros soñadores, en esa atractiva aventura de explorar y de estudiar las oquedades que la fuerza interior del planeta se concibe a sí mismo piel adentro.

Al fin de cuentas, la Espeleología plantea el inicio del camino que Julio Verne se inventó para llegar al mismo centro de la Tierra. El universo científico, en todo caso, ensaya de manera perpetua la ficción que se reparte como canon literario del mundo.

No es solamente tarea de la Sociedad Espeleológica de Cuba, hallar la nueva caverna. Siempre será mejor encontrar la novedad en la cavidad natural ya conocida, que concibió algún supremo autor. Nadie olvida que allí tuvieron su hogar nuestros antepasados, como igualmente fue depositaria del fuego y de la primera curaduría rupestre.

Habría también por esta parte del mundo un encanto inconmensurable, que poetas, narradores, cantores, pintores, han tratado de fijar en la creación. Alejo Carpentier creía firmemente en lo real maravilloso. Gabriel García Márquez lo denominaba realismo mágico. El entramado telúrico resulta la fuente. La Espeleología es el instrumental científico para descubrir y estudiar semejante maravilla.

No debe pasarse por alto que el homo sapiens llegó a la estación terrena, convencido de que la mano de los dioses dibujaba, bien al sur de nuestros pasos como describe la poesía, el curso subterráneo del agua. Cuando a raíz de una hábil maniobra del César en el año 51 antes de Cristo en las Galias, se apagó el manantial en Uxeloduno, los defensores lo interpretaron como un castigo de los dioses y se rindieron. En las manos de la Espeleología siempre habrá un libro con la visión holística del universo.

Aquellos principiantes de un lunes de enero de 1940, fueron concibiendo una hoja de ruta con sed de país. Primeramente, acudieron al escenario geográfico cercano, con sitios ciertamente seductores como la Loma de la Candela y las Cuevas de Bellamar. Luego escalaron el techo de la Patria, el Pico Turquino, como perfilando cada paso y cada costado de la casa.

El itinerario por el Río Toa sigue siendo revelador. Y no solamente porque confirmó el caudal más caudaloso de la nación. Allí permanecía, a la espera del oído atento, el mensaje del kiribá. O el nengón del Cauto. Uno y otro constituyen componentes primigenios del código musical de esta tierra.

La Sociedad Espeleológica de Cuba, cumple un recorrido significativo, rectificando el mapa al uso, colocando el nombre original tantas veces aruaco, lo cual supone, por sí solo, una recuperación soberana. Validar el signo repercute como ganancia en la salvaguarda de la identidad nacional. Y creció a lo largo del tiempo: en congregación, en concepto transdisciplinario, en el calado del análisis, en el portento del ensayo.

Aún se recuerda la ceremonia por el vigésimo aniversario de la institución. Era el minuto de la libertad en el reloj de la Revolución. El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, subrayó ese día la premonición de un futuro de hombres y de mujeres de ciencia. Y se hizo verdad para siempre aquel principio fundador, literal en la palabra del Apóstol: Servir es nuestra gloria, y no servirnos.

Tomado de Radio Camoa

Periodista
Andrés Machado Conte