Desde mucho antes de aquel terrible 6 de octubre de 1976, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz había denotado la cultura política de su pueblo. En otro momento difícil, en el entierro de las víctimas del artero ataque imperialista contra bases aéreas en el preludio de Girón, habló del aprendizaje sangriento de los cubanos.
El Crimen de Barbados se inscribió en ese doloroso proceso de millones de hermanos, como un acto para entender mejor la perfidia del vecino poderoso. Poco antes del más bárbaro ataque terrorista en el área, el gobierno de los Estados Unidos había firmado un acuerdo con Cuba para la colaboración mutua contra ese flagelo. Hoy se sabe por documentos desclasificados por ellos mismos, que los servicios secretos norteamericanos supieron de antemano el golpe alevoso que se preparaba.
En consideración con la letra y el espíritu del convenio, las autoridades norteamericanas debían de haber alertado a Cuba. Vamos a imaginar que no lo hicieran para no denunciar a su propia gente. Pues bien, con un mínimo de pudor, Estados Unidos pudo detener la mano criminal, sin necesidad de informarlo a nadie. Pero es que precisamente la política de ese país hacia el archipiélago es huérfana de pudor, de limpieza, de ningún valor.
No debe sorprendernos que en sus archivos secretos, los Estados Unidos clasificaran a Nelson Mandela como terrorista. Eso explica que ante la desinteresada ayuda de Cuba a la entonces República Popular de Angola, contra la intervención de la Sudáfrica racista, los denominados combatientes de la libertad del mundo, declararan al Caribe como zona de guerra contra Cuba. Norteamérica recrudeció la agresividad contra la Revolución, de la mano de sus mercenarios en una descarada y cínica maniobra a favor del apartheid.
Lo ocurrido con los autores intelectuales de la destrucción en pleno vuelo de la aeronave de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976, fue bastante ilustrativo. Orlando Bosch, por ejemplo, se evadió de su status de prisión provisional en Estados Unidos, que jamás reclamó que lo extraditaran. Se lo enviaron a Pinochet, como parte de la Operación Cóndor. El gobierno copeyano de Venezuela lo absolvió. Y Bush padre lo indultó.
Algo parecido ocurrió luego con Luis Posada Carriles, prófugo de la cárcel caraqueña, colocado por sus amos de la CIA en la operación de la Contra en Nicaragua, y para combatir a la guerrilla de El Salvador. Indultado por la señora Mireya Moscoso tras el frustrado atentado contra Fidel en Panamá, terminó también perdonado por Bush hijo.
Las generaciones emergentes de cubanos sabrán leer creadoramente en esos hechos, a partir del aprendizaje sangriento de sus padres. Fidel dijo hace 47 años que el monumento más grande a la memoria de los asesinados frente a las costas de Barbados, sería una Patria más revolucionaria, más digna, más socialista y más internacionalista. Es un reclamo perdurable que no se desfasa, a pesar del paso constrictor del tiempo.