Las ventas de las zafras azucareras de 1946 y 1947 a Estados Unidos representaron para Cuba un ingreso adicional de 177 millones de dólares, de los cuales 129 correspondieron a los obreros.
Gracias a la cláusula establecida en el Pago del diferencial azucarero se garantizaba el aumento de los precios que esa nación pagara por el azúcar cubano en la misma proporción en que aumentaran los de los productos que la mayor de las Antillas adquiría en ese país.
El pago del diferencial azucarero, fue propuesto y tenazmente defendido por Jesús Menéndez Larrondo en Washington.
Las grandes empresas compradoras estadounidenses no se quedaron cruzadas de brazos ante tamaños desembolsos, y mediante presiones lograron que el entonces presidente, Ramón Grau San Martín, variara su inicial postura nacionalista de apoyo a la justa demanda obrera y la emprendiera contra sus principales promotores, en especial Menéndez.
Pero Menéndez Larrondo, el incorruptible e infatigable secretario general del sindicato azucarero, a quien los magnates intentaron sobornar en más de una ocasión, incluso llegaron a ofrecerle un millón de pesos a cambio de que abandonara la lucha, se lanzó a recorrer bateyes y colonias y emprendió conversaciones destinadas a establecer acuerdos en los centrales más importantes del país.
Precisamente, de visitar el central Estrada Palma regresaba el 22 de enero de 1948, luego de pasar también por el Mabay, cuando al tomar el tren en Yara el capitán Joaquín Casillas Lumpuy intentó detenerlo y sostuvieron una fuerte discusión.
Al bajar Jesús en Manzanillo con la intención de abordar el tren que se dirigía a La Habana, Casillas descargó su arma contra él, que en ese momento daba la espalda al asesino.
Trasladado a la casa de socorros por Francisco Rosales Benítez, Paquito, falleció poco después.
Al conocer el suceso, miles de manzanilleros se lanzaron a las calles y, a pesar de que la guardia rural trató de impedir las manifestaciones, finalmente el cadáver fue conducido hacia el local de la organización Fraternidad del Puerto, donde trabajadores de todos los sectores le rindieron honores hasta su traslado a La Habana, el día 23.
De esa protesta participó la poesía social de la época, de muy diversos modos. Los primeros versos fueron décimas de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.
La sombra volvió al batey
por el sendero marchito
y parece un mudo grito
hasta el silencio del buey.
Una voz como de Hatuey
surge, grita, no desmaya,
viene desde ajena playa
la perfidia de una ola,
muere Jesús… ¡ay, qué sola
se quedó la guardarraya!
El dólar hizo explosiones
en un revólver malvado:
tres balas han apagado
la luz de los barracones.
Es que el terror con galones
resucita en el central
y otra vez el Ideal
atacado por la espalda
enrojece la esmeralda
dulce del cañaveral.
¡Oíd! Ha caído un cedro
talado por un gatillo:
Ahora sí que Manzanillo
midió el dolor de San Pedro.
La traición pensó en el medro
y el crimen le dio la cena
para que dorada hiena
sorda al grito del barranco
se lleve el azúcar blanco
pintado de sangre buena.
Pero Jesús, como Mella,
en un silencio elocuente,
es una roja simiente
que florecerá en estrella.
El crimen deja una huella
que como una voz reprocha,
mientras cruzamos la trocha
de una nueva rebeldía,
hasta que despunte el día
por el filo de la mocha.