Bajo su sombrilla el sol no duele y la enfermedad tampoco.

Su blanco vestido de enfermera rompe la noche de la pandemia y deja ver el túnel que tiene final, luces y alegría.

Se llama Sibil Misas Vega, es la asesora del Programa de Inmunización en Jaruco, y confía a ciegas en las vacunas cubanas y en los científicos que las soñaron y crearon.

Y es que conoce como la palma de su mano el esquema nacional de Inmunización, los 12 inmunógenos que lo componen y su extraordinario valor en la prevención de 13 enfermedades.

El Vacunatorio en el Policlínico Docente Integral Noelio Capote de la Ciudad Condal, se acopló hace una década a su música y a sus manías: orden, seguridad y disciplina.

Son como sus hijos bien amados los envases con los compuestos que evitan la poliomielitis, la difteria, rubeola, paperas, sarampión, meningitis meningococica tipo b y ahora el nuevo coronavirus.

Pero desde que empezó la pandemia, Sibil duerme con los ojos abiertos, su corazón da vueltas en la cama: sin ancla anda su espíritu y sin sosiego, su alma.

Tanto desquicio encontró abrigo en un motivo: por sus manos antes que por los hombros de los jaruqueños, pasan las fórmulas cubanas a las que acuna en una alfombra de rosas, como lo merecen tales embajadoras de la ciencia y el amanecer.

Desde siempre y aún más en estos tiempos oscuros y extraños, Sibil lleva a punta de lápiz el nacimiento de cada niño y sus calendarios, porque nada la hace más feliz que guiarlos al mundo maravilloso de la inmunidad.

Puede anunciarse el fin de mundo para mañana, pero ella, con sus manos de miel, construirá de cualquier modo un barco o un puente para que la infancia viaje segura hacia el mañana.

Es esa su única obsesión y lo que la empuja a andar los pueblos y comunidades con los termos, las vacunas y la ilusión a cuesta.

Sibil trabajó en la República Popular de Angola, pero aquella aventura no se iguala a la intervención sanitaria con Abdala, que ha sido, confiesa con agua en los ojos, el encargo más especial de su vida.

Dice su mamá, que ni en casa deja de trabajar ni de prever: revisa los listados y sopesa las debilidades que pudieran comprometer la batalla en la que se defiende, no solo la salud de sus coterráneos, sino también el honor de la ciencia de su patria.

A sus 45 AÑOS de edad, Sibil conserva el acero forjado en más de dos décadas en la profesión, pero lo que la distingue y enaltece, más que su hermosa figura en traje de sanitaria, es su humanidad.

A estas alturas está convencida de que nació para ser la mano derecha donde quiera que esté, aunque concuerdo con su mamá, Sibil Misas Vega es la mano derecha y la izquierda también. (BSH)

Marlene Caboverde Caballero

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