Fidel es una isla y no por extensión geográfica, sino porque como un puño ha unido a un pueblo que con orgullo afirma: Yo Soy Fidel.
Fidel es el mar del Caribe paradójicamente refugio y farallón en el que se estrellan los ciclones. Fidel es el futuro que vive en cada niño, en cada adolescente, y joven cubano.
Fidel es la dignidad, es la intransigencia legada por Maceo, enraizada en su obstinación de no claudicar jamás, sintetizado en la convicción y el único destino posible de nuestro país: ¡PATRIA O MUERTE! , ¡Venceremos!
Fidel es la fuerza, es el amor de todas las mujeres de mi generación y de la que me antecedió, las que se disputaban el abrazo verdeolivo en cada una de sus muchas y asiduas apariciones populares a lo largo y ancho del país.
Fidel es el enigma de no saber dónde radica su magnetismo, su poderío sobrenatural como refieren los pobladores, de Surgidero de Batabanó, oloroso a sargazos y a salitre cuyos habitantes afirman categóricamente que podía desviar ciclones.
Fidel es un país y un latido. Es la verdad y la justicia. Es tierra, semilla, raíz, árbol, fruto.
Fidel se levanta como una bandera universal de la dignidad. Fidel es un luchador y un vencedor. Fidel es un privilegio de Cuba y un paradigma de todos los pueblos.
Festejar, este 13 de agosto, el cumpleaños 95 de Fidel, es celebrar su sobrevida, su necesaria presencia, legándonos, su esperanzador optimismo, inspirándonos, su imponente voluntad, jamás quebrada, sosteniéndonos y acompañándonos.
Está Fidel sembrado en tierra fértil, germinando, está latiendo en el alma de la nación, alentando, está calado en la memoria y el corazón de los cubanos que agradecidos y privilegiados aprehendemos su fecundo legado y mantenemos encendida la llama de la más grande, esperanzadora y edificante utopía: “Un mundo mejor es posible”. (BSH)