“Es la experiencia más conmovedora de mi vida”. Me aseguró el joven maestro Andrés Calderón Pulido al referirse a su estancia en el centro de aislamiento El Abra en el litoral norte santacruceño.
Él, como muchos educadores, dejó las aulas para estar en la primera línea del combate contra la COVID-19 en nuestro país.
Estar allí, me dijo, lo hizo crecer como ser humano, vencer el miedo al contagio y extender la mano solidaria con un mensaje de amor y esperanza.
Andrés, ayudó al anciano que combatía la enfermedad, les hizo cuentos a los niños, que miraban el mar sin saber por qué no podían bañarse, y reafirmó una vez más la grandeza de la obra humana que es la Revolución.
Ahora, sin tiempo para el descanso, el joven maestro combina su preparación docente para la reanudación de las clases con el trabajo en el Grupo Temporal para el enfrentamiento a la Covid-19 en Madruga.
“Atender a las familias aisladas y a las personas más vulnerables de la comunidad, tiene un alto valor en estos momentos, y me complace que seamos los jóvenes protagonistas de esta batalla”, me confesó con orgullo.
Fue capaz de cambiar su pizarra, sus libretas y planes de clase, por los productos de desinfección, la comida del enfermo y el traje protector. Esta es otra de las veces en que el altruismo es bandera, y Andrés lo levanta sobre sí mismo. (BSH)