Cuba debe ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos, expresó Carlos Manuel de Céspedes al declarar la independencia, alzarse en armas junto a otros patriotas y liberar a sus esclavos, publica Prensa Latina.
El 10 de octubre de 1868, el abogado insurgente Céspedes logró un triunfo de las ideas independentistas frente al integrismo hispano y las corrientes reformistas y anexionistas con el repique de la campana de su ingenio La Demajagua, Manzanillo, en el oriente de la isla, ante unos 500 insurrectos congregados.
Esa mañana el patricio bayamés pronunció la declaración de independencia conocida como Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba o Manifiesto del 10 de Octubre.
Ciudadanos -expresó-, ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba.
Con la vista puesta en la dotación de su pequeña plantación azucarera, exclamó: ‘¡Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia!’.
Y subrayó: ‘Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás’.
El gesto de Céspedes se adelantó a la detención de los conspiradores prevista en una orden del capitán general español Francisco Lersundi, la cual hubiera retrasado el proceso por tiempo indeterminado.
Así comenzó esta primera guerra independentista que duro 10 años y tuvo un carácter nacional-liberador, democrático y antiesclavista.
Maduró una conciencia nacional patriótica entre los cubanos, y aunque la oligarquía esclavista se mantuvo sometida a España hasta finales del siglo XIX, se fundó para siempre la nación cubana.
A ella siguieron la llamada Guerra Chiquita (1879-1880) y la Guerra de independencia (1895-1898), organizada por José Martí.
El fuerte peso de la esclavitud en la economía de la colonia permitió a España mantener encadenada a Cuba cuando la mayor parte de los países de Hispanoamérica alcanzaron su independencia.
Según datos de 1862, del total de un millón 359 mil habitantes, unos 500 mil eran de la denominada gente de color, supuesto peligro que esgrimían los ideólogos colonialistas para frenar el movimiento emancipador.
En el momento del estallido revolucionario la población esclava ascendía a alrededor de 300 mil hombres y mujeres, más del 70 por ciento en la región occidental. Había también alrededor de 200 mil mulatos y negros libres (41,3 por ciento en occidente, 20, 5 por ciento en el centro y 38,2 por ciento en oriente).
El tema de la abolición de la esclavitud triunfó en el seno de la Revolución del 68 y en el artículo 24 de la Constitución de Guáimaro fue plasmado el principio ‘Todos los habitantes de la República son enteramente libres’.
La lucha revolucionaria iniciada el 10 de octubre de 1868 fue secundada en otras regiones del país y aunque finalmente no alcanzó su objetivo de independencia y abolición de la esclavitud, influyó decisivamente en la historia de Cuba.
De acuerdo con el líder Fidel Castro que abrazó aquellos ideales, en su memorable discurso de 1968 al conmemorarse el centenario de la histórica gesta, solo hay una Revolución cubana desde la comenzada por Céspedes hasta nuestros días, incluida la que triunfó el Primero de Enero de 1959.
Hoy Cuba tiende un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos, como previó el Padre de la Patria, y recibe el apoyo y la solidaridad de las naciones del mundo.
Redacción Digital
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