Llegar puntual es una característica digna de admirar en cualquier persona. Habla de disciplina, de respeto al tiempo de los demás. Si la inculcamos a nuestros hijos desde edades tempranas, les estaremos enseñando un valor que en estos momentos no todos respetan.
Ya se ha vuelto común ver a alumnos dirigirse a las escuelas del territorio pasadas las 8:00 de la mañana, y van despacio, como si no tuvieran apuro en llegar o como si no importaran las primeras actividades del día. Los he visto solos, pero también acompañados de sus padres, quienes aceptan la impuntualidad de forma pasiva.
Y es que la responsabilidad de llegar a tiempo a la escuela es tanto de las familias como de los propios estudiantes.
Algunos justifican la tardanza con el cambio de tiempo y las alergias que provoca la frialdad de la mañana, otros con que les cuesta trabajo levantar al niño porque es muy dormilón, sin pensar que quizás no puede levantarse porque se acostó muy tarde la noche anterior y no ha descansado lo suficiente.
Las primeras horas de la mañana son de vital importancia en cualquier institución educativa. Si nuestros hijos no llegan a tiempo pierden el matutino, primera actividad del día donde interactúan con todos los alumnos y profesores de la escuela, y donde, en muchas ocasiones, se orienta lo que va a suceder en el resto de la jornada.
Una tardanza puede distorsionar la actividad que se está realizando en la clase. Pensemos que ese niño que se incorpora tiene que sacar sus materiales de la mochila y ponerse a tono con el resto eso, casi siempre, va acompañado de interrupciones y la distracción de sus compañeros de grupo.
Niños impuntuales hoy es igual a adultos irresponsables mañana. Recordemos que los valores salen del seno familiar, esa primera escuela de la que nunca se gradúan sus integrantes porque cada día se aprende una lección nueva.