El desembarco del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, desencadenó en toda la Isla múltiples acciones revolucionarias, algunas, conmovieron al actual Mayabeque.
Oscar Echazábal, combatiente de la lucha clandestina en la localidad y protagonista de aquellas jornadas, recuerda que, “el paso en el tren hacia La Habana de los moncadistas excarcelados (mayo de 1955), la creación de la célula del Movimiento 26 de Julio en la localidad (agosto de 1955), fundada en los bajos del actual edificio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, por Ñico López, René Reiné, Filiberto Zamora, Nilda Ravelo y Fonseca, así como la difusión y estudio de La Historia me Absolverá, señalaban la madurez del grupo de jóvenes comprometidos con luchar contra la dictadura de Batista.”
Todo comenzó con un guateque. “El 9 de marzo de ese año, -explica-, la juventud nucleada en el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) celebró una extraordinaria controversia en el Casino Español, con El Indio Naborí (Jesús Orta Ruíz), Angelito Valiente, Adolfo Alfonso, la güinera María Laborde y el poeta bejucaleño Eulalio Montesinos”.
“Organizado por José Manuel Jiménez y Carlos Suárez, ambos de la dirección del M-26-7, aquel acontecimiento cultural tenía claros propósitos políticos: enviar recursos a Fidel para su regreso desde México.”
A fines de agosto de 1956, la Dirección Nacional del M-26-7 ordena crear condiciones organizativas y logísticas para la acción. En la zona rural de Santa Bárbara primero, y luego en el Caguaso comenzó el entrenamiento de 34 hombres seleccionados, impartido por Evaristo Rodríguez y Oscar Balmori (con una ametralladora Thomson, una carabina M1 y una pistola de 9 mm). Se instruían en la fabricación de bombas, petardos caseros, cocteles molotov y otros medios. Un pequeño bohío en la finca Ofelia, del Caguaso, sirvió de cuartel general, dirigido por Carlos Suárez (Coordinador municipal del M-26-7), José M. Jiménez (Organizador), Oscar Balmori (Jefe de acción), Cirilo Arriera (Financiero), Eduardo García González (Jefe Brigada Juvenil), mientras que Orestes Santa Cruz y Juan Ramón López Fleitas comandaban los dos grupos de acción.
Todo se alistó para el 30 de noviembre. Al amanecer, una inesperada noticia ordenó suspender la movilización. El aviso definitivo llegaría el 2 de diciembre.
“El objetivo –refiere Oscar Echazábal- era poner en jaque a las fuerzas represivas, descontrolar las patrullas del Ejército y la Policía batistiana creando focos de tensión y apoyando a los diversos grupos que cumplían sus misiones de forma rápida y audaz para no ser apresados.”
Se hicieron estallar 9 bombas, una granada y varios petardos, se quemaron dos ómnibus y parcialmente la nave de dicha ruta, la caseta de mantenimiento del cable subterráneo (perteneciente a la compañía norteamericana Word Line), la nave de pollos propiedad del capitán de la Policía Municipal, se incendiaron cañaverales y se regaron alcayatas (especie de puntillas) en las principales calles para pinchar los neumáticos de la patrulla del Escuadrón 54 y otros hechos.
En varios lugares, los revolucionarios se dirigían a los presentes, los apartaban del peligro y les explican la razón de su lucha, tal como aconteció con el grupo comandado por el mártir Eduardo García González y los pasajeros del ómnibus Cuatro Caminos-Rancho Recreo.
Varios combatientes resultaron detenidos, otros pasaron a la clandestinidad y el resto, comenzaron a ser perseguidos o vigilados. La dirección del M-26-7 debió renovarse, responsabilidad que recayó en Eduardo García González, hasta abril de 1957 en que es detenido y posteriormente marcha a la Sierra Maestra donde se consagra como combatiente.
En opinión de los participantes en aquellos hechos, la repercusión política y humana fue extraordinaria. El sentimiento patriótico, la dignidad y respeto de aquellos jóvenes, le otorgó respaldo popular a su lucha. Ese fue el saldo más valioso para ese día reconocido por la historia como de la Rebeldía en Bejucal.