Herido en el hospital Saturnino Lora, intentó ayudar a un militar enemigo que se encontraba herido, pero fue apresado por los asesinos del régimen de Batista, que se ensañaron con él a golpes y torturas. Raúl Gómez García, sin haber cumplido 25 años de edad, solo tuvo tiempo de escribir una nota a su madre: «Caí preso, tu hijo».
Virginia, su madre, era un trozo de su corazón, formado también por Liliam, la novia cuya foto llevaba siempre en la cartera y a quien llamaba «mi meta, mi Felicidad». En su amor iban también Martí, la poesía, la historia, el magisterio y el periodismo. Todo ello formaba el mapa apretado de su alma que lo condujo de Güines al Moncada, aquel 26 de julio de 1953.
Una carta a Liliam describía las ráfagas de amor que lo agitaban aquellos días, por «…la separación forzosa que me aleja de ti y de lo que representas en mi vida… Sin ello no puedo vivir… pero no sabría vivir tampoco sin servir a mi patria y ser útil en la tarea de engrandecerla y dignificarla».
Atlético, esbelto, de actuar elegante y sensible, dulce como un príncipe y simpático como buen criollo, dicen que así era. Temprano descubrió el valor de la palabra, en poesía y prosa, y la echó al fuego del corazón y la Patria, entre pasiones intensas y amores rebeldes. Todo era un arte de convicciones, compromisos y amores difíciles.
Por eso, su ingreso al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), el fuego indignante contra el golpe de Estado de Batista del 10 de marzo de 1952, la rebeldía que convirtió en un manifiesto Revolución sin juventud, y que ningún periódico quiso publicar, pero que él, con la ayuda de Abel Santamaría, Melba Hernández y Jesús Montané, imprimió en un mimeógrafo oculto en su casa y distribuyó bajo el nombre de Son los mismos.
Ese mismo Verbo se hizo luz cuando Fidel le encomendó redactar el Manifiesto del Moncada. Y momentos antes de salir de la Granjita Siboney, su voz iluminó la madrugada: «Ya estamos en combate/ Por el heroico gesto de Maceo,/ Por la dulce memoria de Martí…».
Sin ese amor de Patria Libre que recitó Raúl Gómez García, no sabríamos vivir. (rda)