La mujer de 44 años de edad llevaba suelto el pelo castaño, y libres también andaban sus palabras aquella mañana de mayo cuando compartió la historia de su emprendimiento en el III Foro de Ciencia e Innovación para el Desarrollo Mayabeque 2024, efectuado en la Universidad Agraria de La Habana (UNAH) Fructuoso Rodríguez.
Su nombre: Ailín Pérez Hernández y en el último año se había hecho célebre por la panadería que ella, su esposo y dos hijos crearon en el poblado Primero de Mayo, ubicado a siete kilómetros de la ciudad cabecera de Batabanó, en Mayabeque. El capital inicial, resultado de la cosecha de zanahoria, lo aportó el hijo y la infraestructura nació de la inventiva y la pasión de cada uno de los miembros de su familia.
Conformaron un horno criollo, una estufa de leña y las bandejas para hornear las confeccionaron a partir de viejas tuberías de aluminio usadas en otros tiempos para regar los cultivos.
Ailín, motor de la idea, tenía una experiencia anterior en el mundo de los negocios porque junto a su hermana impulsó el proyecto Los hilos de Ariadna, un taller textil que emplazó en la sala de su casa y, en su momento, tuvo gran éxito.
Aunque el pan y la costura tienen muy poco en común, esta mujer, sin academia ni títulos, puso el corazón en un plan concebido, no sólo para ganar dinero, sino para ayudar a su pueblo y a su gente.
Cuando en junio de 2022 inscribió la iniciativa en la cartera de Proyectos de Desarrollo Local de Batabanó, lo hizo con el nombre Cosa Nostra, un título que no cuadraba con el pan, opinaron muchas personas.
Para alguien como Ailín, quien a los quince años asumió un matrimonio, hijos y todo lo demás que cuelga en la vida doméstica de una mujer campesina y ama de casa a tiempo completo, el cine quedaba fuera de su pasatiempo, de modo que Cosa Nostra es y seguirá siendo para ella, Nuestra Cosa y nada que ver con la mafia italiana de Nueva York que sostiene el argumento de la película del director Terence Young, estrenada en 1972 y que la Televisión Cubana transmitió en décadas pasadas muchas veces.
La cuestión es que Cosa Nostra se ha hecho popular por sus panes suaves y esponjosos y sobre todo, porque alimentan el alma, tanto de quienes los elaboran como de quienes los disfrutan.
Parte de la producción no se vende, nada de eso. Religiosamente Ailín aparta cada día más de 150 panes y los dona al Hogar Materno, los comedores del Sistema de Atención a la Familia y a los médicos que hacen guardia en las unidades asistenciales.
También regala el alimento al hospital de la iglesia de El Rincón, un lugar al cual entrega, tal vez impulsada por su fe en San Lázaro y pienso que también por su deseo insatisfecho de ayudar a los demás, los billetes de cinco pesos que obtiene de las ventas.
“Si todos aportamos un granito de arena, viviéramos mejor”, dice Ailín donde quiera que se para con absoluta convicción.
Así lo repitió al vicepresidente Salvador Valdés Mesa cuando este visitó Batabanó luego del paso del huracán Rafael. Allí estaba ella, entregando pan, comida y cariño a los trabajadores que recomponían el tejido eléctrico y telefónico golpeados por la fuerza de los vientos.
Antes, cuando esperaban el ciclón, elaboraron y distribuyeron pan, de tal forma, que tocara en el pueblo a todos por igual y además, ofrecieron su hospitalidad a los amigos y vecinos más necesitados.
Quedó inscrito en medio de lo oscuro y terrible de esos días que Cosa Nostra es el amor organizado y que su pan sabe a abrazo, a cielo, a sol.
Auguro que mucho dará de que hablar esta familia de emprendedores que tiene bien ganada la fama por la calidad de su panadería sin dejar de cultivar la tierra y como si fuera poco, sacan de sus propios recursos para arreglar y embellecer los parques, las paradas y otros espacios públicos de su pueblo. No puede ser de otra manera cuando la guía es una mujer como Ailín que une, inspira y salva. (rda)