La historia ha corrido más de dos siglos desde que, en 1802, el Conde de Mopox y Jaruco donara territorio para la fundación de Nueva Paz. Pocos años bastaron para que la localidad creciera alrededor de la iglesia y Nuestra Señora de la Paz deviniese patrona de la parroquia.
Si de fechas se trata, los neopacinos esperaban con júbilo cada 24 de enero. La virgen salía en procesión, repleta de orquídeas, en hombros de los feligreses. Luego llegaron las verbenas, los bailes y, cual si fuera un niño, la celebración por el nacimiento de un pueblo.
El habitante de esa época hoy se hubiera sorprendido ante la dimensión de lo que antaño eran pocas casas alrededor de un templo. Nueva Paz ha cambiado el rostro. Es un adolescente crecido, con marcas del acné en sus calles y algún que otro berrinche. Pero, como todos los jóvenes, tiene buena memoria.
El 24 de enero ya no se celebra con la misma música, los bailes no son solo en la glorieta del parque. Sin embargo, los neopacinos siguen llevando orquídeas a Nuestra Señora de la Paz, la siguen cargando en brazos y el nacimiento del poblado se festeja desde una semana antes.
Hoy, lo que llaman “semana de la cultura”, se convierte en un estímulo para recordar tradiciones. Los conversatorios sobre los orígenes del asentamiento y los concursos de comidas autóctonas, son iniciativas que permiten escarbar en las raíces.
La jornada cultural también desborda interpretaciones de música campesina, exposiciones literarias de autores municipales, exhibiciones en el museo y muestras de artesanos y artistas de la plástica.
Aunque existe algún que otro aderezo con orquestas nacionales, todo lo que ayude a fomentar el arte de la localidad es especialmente bienvenido del 17 al 24 de enero.
Este año, por ejemplo, Will Campa trajo su Que me quiten lo bailao y Tania Pantoja su Sueño de cristal, pero cuánta diversión hubo en ver a Luisito cantar a caballo, en escuchar las rancheras Rudael Farradá, o en disfrutar una controversia con Orestes Pérez.
La semana de la cultura deviene oportunidad para conocer los aspectos que unen a los habitantes de un mismo sitio, para descubrir la gente, los lugares más antiguos, quizá hasta la cuadra. Se convierte en un momento de festejo y recapitulación.
La Aragón toca en la Plaza Roja, como ocurre en la mayoría de los 24. Para los neopacinos es una orquesta familiar, casi oriunda, desde que Landy, ese joven que nació en Los Palos, empezara como pianista hace unos cuantos años.
Es curioso observar al público. Por allá un anciano se olvida del bastón y baila una guaracha. El jovencito a mi izquierda no sabe bien los pasos, pero le es imposible quedarse quieto ante un ritmo tan pegajoso.
La orquesta toca Sarandonga. Es la última canción. Los músicos bajan del escenario y algunos miembros del público los abordan, los felicitan por el buen trabajo. Terminó el bailable, diferente a los que se realizaban hace 200 años, pero igual de simbólico.
Los festejos por la fundación de Nueva Paz también llegan a su fin, pero el pueblo sigue aquí, presto a ser redescubierto en cada jornada, dispuesto a que se continúe conociendo lo autóctono primero durante los 358 días que restan para dar inicio nuevamente a otra bien recibida semana de la cultura.