El 10 de octubre de 1868 en el ingenio la Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes, un cubano extraordinario, declaró la independencia de su Patria.
Con la anuencia de alrededor de 500 hombres enfundado en traje de campaña y revólver a la cintura, Céspedes ordenó el toque de la campana de bronce y reunió a todos, incluyendo a los negros esclavos del ingenio.
Cuentan que con emoción señaló hacia el sol naciente por las laderas del Pico Turquino y manifestó que aquellos rayos anunciaban el primer día de la libertad, el comienzo de una guerra justa, anticolonial y antiesclavista.
Después procedió a darle la libertad a sus esclavos a quienes dignificó con la condición de ciudadanos y los invitó a participar en la lucha emancipadora. Así quedaban sentadas las bases para la definitiva integración multirracial de la nacionalidad cubana.
La triste historia de látigos, y afrentas por parte del colonialismo español, empezaba a cambiar y por su envergadura el hecho fue seguido con atención por todos los contemporáneos, siendo conceptuado por muchos como el más luminoso, y el más grande de la historia cubana y sin lugar a dudas, el aporte más significativo del pensamiento político-militar de Carlos Manuel de Céspedes.
La semilla germinó en la Guerra Chiquita, en la Guerra del 95 y retoñó en la revolución del 1933 y prendió definitivamente en la Generación del centenario encabezada por Fidel Castro, la que tuvo su revelación finalmente con el triunfo del primero de enero de 1959, en que el pueblo cubano dueño de un destino de igualdad y justicia para todos, disfruta también , de todo lo logrado , conocedor de su historia, pero sintiéndose heredero de la continuidad, del pensamiento y la acción de Carlos Manuel de Céspedes , el Padre de la Patria. (IVP)