La encuentro pasando un paño húmedo por aquel retrato que preside la sala, en un lugar privilegiado en el que convergen todas las miradas de aquellos que la visitan día a día. Allí aparece ella con su sonrisa, la más plena que le conozco junto al Comandante Fidel Castro.
Lo mira embelesada y recuerda aquel día del año 1981 en el que vivió la experiencia más hermosa de su vida, haber abrazado a Fidel.
Me acerco despacio, la abrazo y me sorprende la delgadez de su cuerpo… ¿Cómo imaginar que tras la aparente fragilidad de esta mujer y sus muchos años vividos se guarden tantas vivencias hermosas, tantas penurias, tantas tristezas?
Digna Escalona, nació negra guajira y pobre hace ya 78 años. Pareciera que todas las congojas del mundo le hubieran tocado en su niñez y su juventud. A pesar de todo una fuerza extraordinaria se alberga en su leve organismo, una fuerza que se alimenta de su eterna y sonora carcajada, de la música que llena su casa y no la abandona nunca, de esos deseos enormes de vivir, de disfrutar de sus cuatro hijos que le salieron de oro, como ella misma dice y que son universitarios todos.
Entonces se le iluminan los ojos inexplicablemente jóvenes. Los que la conocen y la ven salir a la calle, siempre elegante, con su muy peculiar manera de vestir, con el brazo en alto regalando saludos tal vez ni imaginen que bajó de las lomas de Mayarí con dos hijos de la mano y uno en el incipiente vientre, a buscarles un mejor futuro y la oportunidad de cambiar su propia suerte en aquella alborada de esperanzas de la década del 60.
“Vilma me ayudó, la fui a ver y me becó los muchachos. A ella le debo todo”, dice orgullosa. Digna trabajó la tierra y aprendió a dominar la técnica de aquellos pequeños tractores, vindicación de los bueyes, que el gracejo popular bautizó como picolinos, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en demostrar la capacidad y la entrega que caracteriza a las cubanas.
Es jubilada del sector de la gastronomía, la cafetería La Mariposa le debe a Digna sus más brillantes colores, aquella del tiempo de zafra, cuando su alegría y servicialidad lo convertían en el establecimiento más concurrido del batey.
En cada convocatoria de reafirmación revolucionaria se le ve feliz y orgullosa con todas las medallas ganadas como mérito a su vida y a su trabajo, adornando su pecho. Y cuando le preguntan cuál ha sido la mayor satisfacción de su vida dice emocionada: “Una es mi familia, la otra haber compartido con el Comandante en Jefe, conversar con él y recibir hasta consejos, me dio un beso y estuve mucho tiempo sin lavarme la cara…ja, ja, Yo tengo la grabación.
Muchas vivencias acompañan a Digna en su largo paso por la existencia pero la conversación con el jefe, como ella lo nombra es su mayor regalo de vida. Mientras aliente, y mucho más allá de su partida, el retrato de Fidel abrazando a Digna seguirá presidiendo la sala como testimonio exclusivo no solo de ella, también de una familia privilegiada no solo por el amor de esta mujer increíble sino también porque es responsable de que su pequeña sala la alumbre una luz especial que viene de la presencia colosal de un gigante y la sonrisa de esta mujer. (IVP)