Mayabeque, Cuba: 28 de noviembre del año 1893. En esa fecha muere una mujer que no logro sacar de mi mente, de los recuerdos que atesoro de mis años en la escuela primaria. Unos momentos están más claros que otros, pero sin dudas me atrevo a asegurar que los minutos cuando mi profesora de sexto grado hablaba de Mariana Grajales Cuello están más que intactos.
No sé si es la ecuanimidad de sus palabras o la simbología de ese nombre para Cuba y en específico para la mujer de este país que desde siempre comparan con su figura. Sólo sé que viajé en el tiempo varias veces, hasta el momento mismo cuando le dijo a su hijo más pequeño: “y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento”, frente al cuerpo moribundo de su Antonio Maceo.
La firmeza, dedicación, fuerza espiritual y el coraje de Mariana, indudablemente sirven de motivación para cualquier ser humano. Ese poder de entrega a su Patria, capáz de privarla del llanto de una madre por la pérdida de sus hijos la hacen única. No me atrevo a tildarla de fría o inhumana, mucho menos despiadada, simplemente admiro su pragmatismo, el modo en que fue capáz de entender que su familia caía, luchando valientemente por una causa común para todos los cubanos.
Recuerdo también la dramatización de mis compañeros y yo, de una de las obras más especiales de nuestro José Martí, “Abdala”, mientras transcurría, solo logré pensar en Mariana, la madre de los Maceo. No por su actitud desesperada en el personaje principal por evitar que acudiera a la lucha, sino por las palabras de infinito cariño que él le ofreció a su progenitora:
“El amor madre, a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra ni a la hierba que pisan nuestras plantas, es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”.
Ese es la pasión que lanzó a los campos de batalla a cada heróe y heroína de Cuba. El amor que hacía fuerte a Mariana, que veía en el rostro de sus hijos el miedo perderse ante las ansias de disfrutar de libertad. Fue ese apego el que la acompañó hasta sus últimos días, incluso después del incomparable dolor de perder varios miembros de su familia.
La veo en cada mujer por su entrega a la familia, por su firmeza, en ese amor a las cosas inmateriales que nos rodean, capaces de mover el mundo, de soportar las más duras batallas de la vida, por la patria y en defensa de nuestras convicciones. Esa es Mariana Grajales Cuello, la que quiero seguir recordando 127 años después de adentrarse en la tierra que la vio nacer y morir para siempre.(adm)