La venta de productos importados reina en las unidades que bajo las nuevas formas de gestión operan en Madruga, cafeterías, puntos de ventas y otros locales arrendados.

Alimentos y artículos de aseo son los más recurrentes entre las ofertas, y los precios, nada nuevo, por allá, por las nubes sin que se vislumbren cambios.

Claro está que es una opción para adquirir productos necesarios y que se venden en moneda nacional porque los que se ofertan en divisas depende de su adquisición, disponer de ella y se vuelve cada día más distante con los precios del dólar o el euro, los de mayor circulación.

Esta iniciativa que hoy funciona donde antes la tablilla de bebidas y comestibles estaba al alcance de todos los salarios, es válida como alternativa, pero qué pasa con el desarrollo local, con la estrategia de explotar las potencialidades existentes, de fomentar proyectos que favorezcan la producción de bienes y servicios. Hay ejemplos, claro está, pero ese empeño no va con la dinámica que requiere salir adelante y mejorar las condiciones de vida del pueblo.

Prácticamente estamos a merced de quienes revenden lo que adquieren en las tiendas de divisas, en algunos casos en complicidad con los empleados, o con evidente ánimo de lucro o de los que importan sus mercancías.

El país tiene que ir sin pausa cambiando la mentalidad importadora pero el país no es más que la suma de sus ciudadanos y hoy son más los que tienen emprendimiento para revender productos que los que aportan, crean y producen, al menos en Madruga.

Todo ello a la par del mercado ilegal que prolifera en redes sociales a través de grupos establecidos donde la oferta es amplia, variada, e incluso con mensajería a domicilio.

Lo que sí resulta difícil así entender que estamos en el perfeccionamiento del comercio y la gastronomía y que apostamos por nuestros recursos para desarrollarnos y vivir mejor.

Maria Amalia Pérez