Caridad Valdés Valdés no ha pasado 49 años de su vida sirviendo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) para acumular galardones ni recibir elogios. Pero, como es imposible seguir de largo sin admirar a una mujer como ella, que ha brillado con luz propia a fuerza de trabajar mucho y hacerlo bien, suman más de 30 las condecoraciones y reconocimientos que embellecen su biografía de proletaria.
Esas son algunas de las razones que obligan, desde hace tiempo, a poner un punto y aparte cuando se menciona a esta lajera. Pero a partir de hoy su nombre se inscribe en la historia de Mayabeque y de su país, porque acaba de recibir el título honorífico: Heroína del Trabajo de la República de Cuba, y es la primera mujer del Sindicato de Trabajadores Civiles de la Defensa que merece tan alto reconocimiento.
La medalla en su pecho, es el premio a tanta disciplina, entrega y pasión, pero también, es una voz que la convoca a no cansarse y mucho menos ahora, cuando están haciendo falta más flores de su calibre.
Y es que Caridad es Caridad, como dicen quienes le han conocido y aquellos que han tenido el privilegio de trabajar a su lado cuando se desempeñó como reparadora de armamento de infantería y luego como bibliotecaria. Si hay algo que la distingue, es su intransigencia a prueba de balas y ese código invariable de andar en línea recta. Su escudo frente a la apatía, es su propio ejemplo, y el arma infalible que usa para vencer las peores tormentas: el amor sin límites hacia Cuba.
Es difícil que el sol la sorprenda en el camino, pues la madrugada canta bajo sus pies cuando ya ella dibuja la faena del día en una unidad de la Región Militar Mayabeque, donde se desempeña desde hace varios lustros como Jefa del Centro de Elaboración de Alimentos.
Allí la conocí, dando brillo a los comedores y la cocina que tiene bajo sus riendas. “Soy muy quisquillosa”, aceptó de inmediato cuando elogié las cazuelas como espejos, los manteles, cubiertos y vasos impecables, la lozanía de las plantas que embellecen aquellos espacios.
Toda esa armonía es fruto de su perseverancia y de la paciencia con que enseña a trabajar en equipo. Han sido muchos los soldados que aprendieron entre el fuego y la ternura de Caridad, a cuidar la vajilla, colocar de manera adecuada los cubiertos, servir con prestancia los alimentos en una mesa, y por sobre todas las cosas, su lección más importante: la perfección es posible cuando se trabaja con amor.
A primera vista, pudiera parecer que, a esta mujer de 64 años de edad, la vida militar le ha pulido demasiado el lado inflexible que todos tenemos. No obstante, esa impresión se derrumba cuando escuchas a los jóvenes decirle “tía” en el trabajo o cuando, sin esconder el llanto, habla de su madre enferma. A ella, precisamente, le dedicó la medalla que este 29 de abril colocó en su pecho de palmeras y flores el presidente Miguel Díaz Canel Bermúdez.
Aunque no trabaja por reconocimiento alguno, repite Caridad, este premio le recuerda que no puede cansarse, que tiene que seguir. Sabe muy bien que la patria está necesitando más flores de su calibre. (rda)