Juliana Rosquesa Domínguez es una mujer famosa en su pueblo natal de Bainoa. Con ella se puede contar a cualquier hora y para lo que sea, porque más allá de ocupar el puesto de presidenta del Consejo Popular que abarca, además de esa demarcación, el poblado de Casiguas, es incondicional amiga, vecina y compañera de su gente.
Durante 25 años, Juliana, ha amoldado su espíritu, sus fuerzas y sus ganas a los contextos, las familias, barrios y situaciones más singulares y difíciles. No es una vocera de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Jaruco, no; más bien, ella ha sido un puente inquebrantable entre esa estructura y el pueblo que la eligió, la ama, la respeta.
Cuando este 16 de julio su nombre sobresalió entre los nueve cuadros destacados del sistema del Poder Popular en Cuba, sus coterráneos y los colegas que conocen su alma limpia y su voluntad de cedro saltaron de orgullo: su Juliana recibía el aplauso de la patria y encendía a Bainoa en el mapa.
La mujer de 57 años de edad que ha peleado cuerpo a cuerpo contra epidemias, ciclones, alcoholismo, abandonos, desidias y apatías; que ha enfrentado el burocratismo y la indiferencia; que declaró la guerra a los muros y no se cansa de poner alas a los sueños, se inscribió entre lo más honroso de la historia del Poder Popular de Jaruco.
Cuando vemos a Juliana intercediendo en todas partes, convenciendo, alertando, uniendo, no imaginamos que hace tres décadas era callada y se escondía como las violetas para pasar inadvertida. “La vida me cambió”, reconoce. Y es que ella es la menor de diez hermanos, de modo que ha sido el horcón de una familia numerosa que ha visto extinguirse por un lado y crecer por otro, cuenta.
Se graduó de Técnico Medio de Química Orgánica, pero se desempeñó en múltiples oficios: obrera agrícola, auxiliar administrativa y cuadro de la Federación de Mujeres Cubanas. Fue precisamente el trabajo en la organización femenina lo que le permitió entender y hacer suyo ese lenguaje de la solidaridad horizontal que alivia, construye, transforma.
“¡Cómo hay que cambiar cosas!”, recalca cuando habla de las calles, las instituciones, los servicios y los barrios de Bainoa y de Casiguas. Habla de las cosas que se le van de las manos y de lo que quisiera lograr: “que todos se unan, que los jóvenes estudien, que las mujeres se empoderen.”
Tiene tres hijas y dos nietas, y hasta en eso, confiesa, “he cumplido con la Revolución”. La mayor es enfermera, la del medio es maestra y la menor, de apenas 15 años de edad, estudia Técnico Medio en Gestión del Capital Humano, describe con orgullo.
Juliana no tiene tiempo libre. “El presidente de Consejo Popular que camine por la calle y aunque esté en su casa, sus electores no se le acerquen, le pregunten, le propongan o le planteen algo, ese no es delegado”, dice esta dama que se monta lo mismo en un tractor, una carreta o una bicicleta para cumplir con su deber.
Su mayor orgullo es haber nacido en el barrio Carraguago, donde se bañó en los aguaceros y jugó en la tierra roja; donde vio llegar del campo, día tras día, a su padre, un hombre indoblegable que puso pan y ejemplo en la mesa familiar hasta el final de sus días. De él y de su madre sacó el coraje para mantenerse un cuarto de siglo en una labor, que asegura, “es muy difícil porque se trata de cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
“¡Qué honor! ¡No me lo esperaba!”, repite Juliana con los ojos aguados al evocar el momento en que el presidente de la Asamblea Nacional de Poder Popular, Esteban Lazo Hernández, le entregó un reconocimiento que hizo pública su brillante hoja de servicios.
Juliana Rosquesa Domínguez persigue quimeras y hace, con sus propias manos, posibles las cosas. Su mayor aspiración subraya: “que mi país avance”. Y al final de nuestro diálogo, dejó para todos los cubanos esta exhortación que, según ella, es esencial para el país y no puede posponerse ni palidecer: “que se queden para trabajar juntos, para salir adelante.” (rda)