Mayabeque, Cuba: Cuando el poeta improvisador Rafael Rubiera cumplió cien años ocurrió algo hermoso. Los niños del Taller de Repentismo de Madruga, que lleva el nombre de quien fuera su gran amigo, Rigoberto Rizo, se unieron en una gala para cantar sus décimas.
Rizo y Rubiera unidos otra vez en el homenaje, en el recuerdo, en la voz de la infancia, en Madruga, el pueblo que tantas veces aplaudió sus versos.
Sí, porque las raíces de Rafael Rubiera están en San Antonio de Río Blanco, en Jaruco, pero en Madruga esas raíces se hicieron rama, fruto, engendraron otras nuevas.
Desde aquí cantó y se formó como improvisador y revolucionario, desde aquí vio crecer a su familia y escribió cientos de poemas sentado en la ventana de la casa, un lugar donde, según Omeida, su eterna enamorada, Rubiera iba en busca de la inspiración y siempre la encontraba.
Su obra vive en dos lugares, en los archivos y, donde es más importante, en la memoria popular. Quienes lo conocieron aún recitan sus décimas, tantas veces patrióticas y románticas como otras tantas jaraneras y picantes. Incluso quienes no alcanzaron a escucharlo repiten sus versos, heredados de generación en generación.
Su casa sigue siendo la de Omeida y Rafael, aunque ya ambos hayan dicho adiós, porque parece que el poeta está por sentarse en la ventana en cualquier momento a escribir los versos que luego cantarán los niños. (rda)