El 8 de enero de 1959, marcó una pauta en la historia de Cuba y del mundo entero. Una caravana de hombres sonrientes, victoriosos y valientes hacía entrada a La Habana, mostrándose como ejemplo universal. En ese minuto, no pretendían serlo, más que para ellos mismos, no buscaron lauros ni gloria, sólo se regocijaban por haber cumplido el objetivo que durante tantos y tantos años habían perseguido.

En las imágenes de aquel día, hay un rostro barbudo con el puño en alto que poco a poco se multiplicó en millones y millones de cubanos y cubanas, nuestro Fidel Castro. Creo que de todas las maneras que nos referimos a él, existe una perfecta: El líder histórico de la Revolución. Esta Revolución que se escribe con mayúscula, porque no se trata sólo de progreso y avance, de liberación de tanta opresión que se vivía en aquellos años, sino de un título para el primer país en el mundo que lograba su independencia. Sí, esta pequeña Isla entre tantos inmensos países en la Tierra, logró finalmente burlar y vencer al enemigo, Fidel nos mostró el camino.

Es un mérito conquistar la libertad empuñando un arma, pero ese mérito se vuelve incomparable cuando lo que prima son las trincheras de ideas. El Comandante siempre tuvo claro sus objetivos y los defendió en cada escenario. Más que un presidente, fue un líder nato, capaz de movilizar a miles y miles de personas en una plaza o en una marcha, de hacer llorar a un país entero de felicidad y orgullo.

Muchas de las personas que vivimos hoy en Cuba y fuera de esta Isla, le debemos todo a Fidel, conocimientos, modos de pensar, posiciones ideológicas, aptitudes. Indudablemente lamentamos su partida física, pero estamos felices, existe algo que no morirá jamás, su ejemplo, sus ideas, su alma, su espíritu, que hoy, a 62 años del primero de enero de 1959, están presentes en nosotros y nos enorgullece decir una y mil veces: ¡Yo soy Fidel! (LHS)

Nathalie Martínez Camps

Periodista en Radio Mayabeque

Por Nathalie Martínez Camps

Periodista en Radio Mayabeque

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